lunes, 1 de diciembre de 2014

Era un solete



ERA UN SOLETE
(Josep Sebastián)
Ana Lipishinskaya nació un maravilloso día del mes de mayo en una aldea centroeuropea. Sus padres no tardaron en darse cuenta de su exquisita bondad, manifestada por primorosos gestos que denotaban una delicia de criatura.
          —Esta niña es un solete —decían sus familiares y personas próximas a su entorno.
Su extraordinaria tendencia a la tolerancia, generosidad y mansedumbre no eran frutos de la casualidad. Aprovechaba la más mínima ocasión para robar al sol pedacitos de su ardiente cuerpo estelar.
      —Esta niña es un solete —seguían diciendo—, al constatar que jamás daba un problema a su familia, amigos y vecinos.
Sus métodos de pillaje eran de lo más imaginativo. Mientras sus compañeras de colegio saltaban a— la cuerda o jugaban con muñecas ella se las ingeniaba por alcanzar el astro rey con las más variadas industrias. Unas veces encaramándose a los colores del arco iris después de la lluvia, en otras ocasiones acomodándose entre la niebla para ir subiendo a medida que despejaba. En los días de tormenta aprovechaba las líneas afiladas de los rayos y relámpagos o se elevaba entre la espesa cortina de las lluvias torrenciales de verano. Incluso se había colgado de la cola de más de un cometa con tal de conseguir su propósito: llegar allá arriba y seguir pellizcando trocitos y trocitos de sol.
Ante tal hurto continuado, es fácil pensar que el mundo se estaba convirtiendo en un paisaje cada vez más sombrío. Científicos e investigadores de todo el planeta intentaban en vano averiguar las causas de tan espectacular fenómeno, al que ya se conocía como el increíble eclipse creciente.
Un día la niña se quedó profunda y dulcemente dormida, arropada por el cálido color de la luna llena y ante la mirada atónita de satélites, planetas y millones de estrellas. Era noche casi cerrada en Estocolmo, y digo casi porque un punto de luz anunciaba la naciente aurora.
Horas más tarde la academia sueca otorgaba, a título póstumo, el premio Nobel de la Paz a una mujer desconocida, de nombre Ana y apellido impronunciable.

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