Una
amputación incruenta
(Josep Sebastián)
Habían
sido unos días de trabajo duro en la oficina. Era viernes y tenía unas enormes
ganas de llegar a mi apartamento y pasar
un fin de semana tranquilo, sin moverme de casa y volcado a la simplicidad de
la lectura, la música y quizás la preparación de algún plato especial en mi
luminosa cocina. Cosas que por desgracia hace tiempo que las tomo a sorbos y
sin la atención que conviene prestarles.
Hace
semanas, o quizás meses, que ando en la lectura de una novela. Lo que antes
concluía en dos o tres días ahora se me eterniza. Decidí que ese fin de semana
me serviría para volver a aquella inercia. Y lo más bueno es que eso es lo que
me gustaba, meterme dentro del libro sin apenas dar tregua a la invasión de la
realidad.
Llegué
pronto a casa, sobre las seis de la tarde. Abrí la puerta con la seguridad de
que nadie te está esperando para cambiar el orden de tus planes, y mi mano se
dirigió de forma automática al interruptor de la luz del pasillo. No respondió,
y de forma inmediata pensé en la caja de fusibles al mismo tiempo que hacía
memoria de lo que guardaba en el congelador. Sí, era uno de los diferenciales,
concretamente el de las bombillas de toda la estancia, por lo que la nevera no
corría peligro. Subsané el problema y se hizo la luz.
Me
puse ropa más cómoda, preparé una cerveza negra en clara copa y me senté en el
sillón que aun siendo de scay me daba la textura necesaria para encontrarlo
fresco en verano y cálido en invierno (más bien porque en este caso cubría con
un paño). Tomé el libro y me di esos minutos necesarios para estar con la mente
en blanco, eso sí, buscando el oro negro de una copa que me observaba desde una
mesita contigua.
Al
rato lo abrí por la página separada por el punto de lectura, obsequio de la fundación
de un famoso escritor con la que colaboraba, y no lo dejé hasta que el estómago
me pidió algo de cena. Coincidió además con ese momento de la novela en que
apetece tomarse un respiro ante una situación de suspense. Iba por la página
102 (más o menos la mitad)…
“Él
quería llegar a casa y disfrutar de una noche relajante, a solas. Cuando abrió
la puerta y su mano se dirigió al interruptor del pasillo notó que ya había
otra mano…”
Me
preparé un par de bocadillos (como cada viernes) con la presteza de quién
quiere volver de nuevo a la ficción de la lectura. En la estrecha mesa de la
cocina y con la compañía de un vaso de vino tinto hice cuenta del atún y las
anchoas aprisionadas en una barra de pan de cuarto de kilo. Cuando acabé estuve unos minutos pensando en que cocinaría el sábado y a la vez en el
tiempo que habría de pasar esperando una buena digestión antes de tropezar con
el sobresalto del señor de la mano. Mientras en los altavoces de la cocina
sonaba “Rambling on my mind” fui preparando un café para sustituir la
cerveza que me había acompañado una hora antes.
Justo
en el momento de salir al pasillo se apagaron las luces. “Vaya”, pensé, “de
nuevo el diferencial”. Dejé la taza de café en la mesa de la cocina y me dirigí
casi a tientas a la caja de los contadores del recibidor, pero comprobé que
esta vez estaba todo en su sitio. Debía ser una avería de esas que llaman
generales, y se confirma con la invasión de vecinos en el rellano preguntando “¿es general, no?”
Esta
vez no había vecinos. La luz del rellano de la escalera estaba encendida y se
oía el ruido del ascensor en funcionamiento. Se me disiparon las dudas cuando
al cruzar la puerta de la entrada a casa volvió la luz. Hice el recorrido
anterior inverso a la cocina para calentar el café en el microondas, pero como
había decidido que era un fin de semana de placer decidí hacerme otro expresso
y tirar el anterior al sumidero.
Me acomodé en el sillón y saboreé de nuevo la oscuridad de otra negra textura.
Seguía la música sonando en la cocina y me levanté a conectar los altavoces del
comedor para escuchar “Presence of the Lord” antes de volver a la novela.
Acabada la canción tomé el libro por el
nuevo punto de lectura y comprobé que la siguiente página estaba rota, sin
rastro de lectura posible. El resto estaban en blanco.
Hoy he despertado en una habitación de hospital, desde dónde estoy dictando todo esto a mi amigo Barrachina porque tengo la mano derecha amputada. A saber dónde estará.
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