domingo, 28 de diciembre de 2014

La mano


Una amputación incruenta
 (Josep Sebastián)
Habían sido unos días de trabajo duro en la oficina. Era viernes y tenía unas enormes ganas de llegar a mi apartamento  y pasar un fin de semana tranquilo, sin moverme de casa y volcado a la simplicidad de la lectura, la música y quizás la preparación de algún plato especial en mi luminosa cocina. Cosas que por desgracia hace tiempo que las tomo a sorbos y sin la atención que conviene prestarles.
Hace semanas, o quizás meses, que ando en la lectura de una novela. Lo que antes concluía en dos o tres días ahora se me eterniza. Decidí que ese fin de semana me serviría para volver a aquella inercia. Y lo más bueno es que eso es lo que me gustaba, meterme dentro del libro sin apenas dar tregua a la invasión de la realidad.
Llegué pronto a casa, sobre las seis de la tarde. Abrí la puerta con la seguridad de que nadie te está esperando para cambiar el orden de tus planes, y mi mano se dirigió de forma automática al interruptor de la luz del pasillo. No respondió, y de forma inmediata pensé en la caja de fusibles al mismo tiempo que hacía memoria de lo que guardaba en el congelador. Sí, era uno de los diferenciales, concretamente el de las bombillas de toda la estancia, por lo que la nevera no corría peligro. Subsané el problema y se hizo la luz.
Me puse ropa más cómoda, preparé una cerveza negra en clara copa y me senté en el sillón que aun siendo de scay me daba la textura necesaria para encontrarlo fresco en verano y cálido en invierno (más bien porque en este caso cubría con un paño). Tomé el libro y me di esos minutos necesarios para estar con la mente en blanco, eso sí, buscando el oro negro de una copa que me observaba desde una mesita contigua.
Al rato lo abrí por la página separada por el punto de lectura, obsequio de la fundación de un famoso escritor con la que colaboraba, y no lo dejé hasta que el estómago me pidió algo de cena. Coincidió además con ese momento de la novela en que apetece tomarse un respiro ante una situación de suspense. Iba por la página 102 (más o menos  la mitad)…
“Él quería llegar a casa y disfrutar de una noche relajante, a solas. Cuando abrió la puerta y su mano se dirigió al interruptor del pasillo notó que ya había otra mano…”
  Me preparé un par de bocadillos (como cada viernes) con la presteza de quién quiere volver de nuevo a la ficción de la lectura. En la estrecha mesa de la cocina y con la compañía de un vaso de vino tinto hice cuenta del atún y las anchoas aprisionadas en una barra de pan de cuarto de kilo. Cuando acabé estuve unos minutos pensando en que cocinaría el sábado y a la vez en el tiempo que habría de pasar esperando una buena digestión antes de tropezar con el sobresalto del señor de la mano. Mientras en los altavoces de la cocina sonaba “Rambling on my mind” fui preparando un café para sustituir la cerveza que me había acompañado una hora antes.
Justo en el momento de salir al pasillo se apagaron las luces. “Vaya”, pensé, “de nuevo el diferencial”. Dejé la taza de café en la mesa de la cocina y me dirigí casi a tientas a la caja de los contadores del recibidor, pero comprobé que esta vez estaba todo en su sitio. Debía ser una avería de esas que llaman generales, y se confirma con la invasión de vecinos en el rellano  preguntando “¿es general, no?”
Esta vez no había vecinos. La luz del rellano de la escalera estaba encendida y se oía el ruido del ascensor en funcionamiento. Se me disiparon las dudas cuando al cruzar la puerta de la entrada a casa volvió la luz. Hice el recorrido anterior inverso a la cocina para calentar el café en el microondas, pero como había decidido que era un fin de semana de placer decidí hacerme otro expresso y tirar el anterior al sumidero.
  Me acomodé en el sillón y saboreé de nuevo la oscuridad de otra negra textura. Seguía la música sonando en la cocina y me levanté a conectar los altavoces del comedor para escuchar “Presence of the Lord” antes de volver a la novela. Acabada la canción  tomé el libro por el nuevo punto de lectura y comprobé que la siguiente página estaba rota, sin rastro de lectura posible. El resto estaban en blanco.

Hoy he despertado en una habitación de hospital, desde dónde estoy dictando todo esto a mi amigo Barrachina porque tengo la mano derecha amputada. A saber dónde estará.

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