Al volver a pasar delante de aquel cine me ha sorprendido que exhibieran la misma película que un día no pude ver
porque un policía (sí, dije bien, un policía) me pidió el carnet de identidad a
la entrada.Había una escena en que la
actriz principal mostraba un pecho(o
los dos, que debería ser más grave).
Hoy pude entrar sin
problemas, no sé si porque ya tengo cuarenta años más o porque el pecho (o los
pechos) son de una abuela sin ninguna carga erótica que pudiera lastimar mi
supuesta moralidad.
Últimamente
su esposa estaba rara. Primero fueron las clases de yoga, a las que
siguieronel tai-chi y chi-kung. Más
adelante retiros de fin de semana para trabajar la meditación zen y ahora se
había puesto a estudiar chino. No se le daba nada mal, siempre fue buena para
los idiomas. Hacía tres meses que trabajaba a media jornada en una empresa de
import-export de productos orientales y creyó conveniente que aparte del
inglés, que dominaba, saber lo más básico del idioma mandarín le ayudaría en su
carrera profesional.
A
ese giro étnico en su vida le acompañó unas cuantas visitas a un centro de
estética donde cuidaron que su pelo fuera de lo más lacio, las cejas bien
perfiladas e incluso, dado que ahora las cremas hacen milagros, lograr que sus
ojos parecieran rasgados. La pasión por la cultura oriental llegó a desorientar
a su marido, pues ella siempre había tenido un temperamento digamos que latino.
Aquel
día Daniel salió pronto de casa para ir a la oficina. Al llegar al coche vio
que había una tarjeta en el limpiaparabrisas. Era uno de esos reclamos de
prostitución en algún apartamento próximo al barrio en que se encontraba. La
foto de la muchacha en picardía haciendo ostentación de unos pechos generosos
le excitó. Los rasgos orientales aún le daban más morbo a la situación.
Masaje oriental. En local y a
domicilio. Un teléfono móvil y un mapa de la ubicación del apartamento
bastaban para hacerse una idea de que era fácil la tentación.
—No es momento de caer en los bajos
instintos —pensó.
Como
no vio papelera a la vista y su civismo pasaba por no tirar ni las colillas del
Marlboro que fumaba al suelo, optó por meter la tarjeta en el bolsillo de la
americana esperando la ocasión de deshacerse de ella. Arrancó el coche y se
olvidó de la señorita mientras escuchaba las noticias en la radio.
Al
poner la chaqueta en el colgador del despacho pensó en las últimas obsesiones de
Ana, y en ese momento se acordó de la tarjeta. No dejaba de ser casual que se
hubieran conjuntado las rarezas orientales de su esposa con la oferta carnal de
la muchacha asiática.
¡Y
tan casual que lo era! Al ir a tirar la tarjeta a la papelera se dio cuenta que
el móvil impreso le sonaba de algo. Tantos cincos y sietes le provocaron una
angustia cercana al aturdimiento, hasta llegar a unsudor frío y una flojera general del cuerpo
cuando lo releyó tres veces.
—¿Le ocurre algo, Sr. Pérez? —le
preguntó la secretaria.
—No, Silvia, no es nada. Un ligero mareo
—contestó.
Cuando
se hubo recuperado pensó en su amigo Barrachina para aclarar las cosas. Solo un
amigo de tal confianza podría ayudarle en el escabroso asunto en el que estaba
metido.
Quedó
con él en una cafetería a la salida del trabajo.
—Sí, Barrachina. Es el teléfono de Ana.
Compruébalo, tú también lo tienes registrado.
—Es cierto, Daniel —confirmó su amigo.
¿Qué quieres que haga?. Si llamo, contestará como siempre, “Hola, Tony. Como
estáis?” —esgrimió Barrachina.
—No, no. Esta vez llamarás con número
desconocido, y concretarás una sesión en el local de masajes —le pidió su
amigo.
Al
día siguiente Barrachina reservó hora para esa misma tarde. En el poco rato que
recuerda haber estado en venérea situación no vio en ningún momento rastro de
Ana ni quién pudiera parecerse. Dos horas después de haber traspasado la puerta
de “El loto azul” se encontró medio adormilado en un banco del parque del
oeste.
—¡Aquél whisky! pensó.
La
cartera ya no estaba en el bolsillo de su americana.
Intentó
volver al local pero entendió que no estaba en situación de quejarse. Además,
le dirían que podrían habérsela robado en cualquier otro lugar en apariencia
menos inmoral.
A
la semana siguiente Barrachina informó a su amigo del resultado de su desgraciada
y tan improductiva visita al lupanar. Sentados en la terraza del bar con un par
de whiskys de por medio, Daniel se disculpó.
—Perdona, amigo. Cuando te dejé el otro
día recordé que Ana me había comentado que su móvil no iba bien y que había
contratado otra línea. Y no queriendo privarte —prosiguió con una sonrisa— de
un relajante masaje dejé que el plan continuara. Por supuesto, —añadió Daniel— el
importe corre de mi cuenta.
—¿Y mi cartera, Dani? —se quejó Barrachina.
¡Ni mi mujer sabe aún que la he perdido, y he visto cargos en mi cuenta de
cierto valor a la hora siguiente de mi paso por el maldito burdel!
—Eso no es cosa mía, Barrachina. Te la
podrían haber robado en el metro por ejemplo.
Pagó
los whiskis y se despidió con una reverencia.
Al
cabo de un año Barrachina recibió una llamada de su exmujer en la que le
preguntaba si iba a acudir a la inauguración de la nueva casa de Daniel y Ana,
en una urbanización de cierto lujo a las afueras de la ciudad. Ellas eran
buenas amigas y últimamente habían hecho un viaje a China.
Aunque
no le hacía la menor gracia acudir se presentó el día de la fiesta. Un buffet
de comida oriental daba colorido a una esquina del enorme jardín que rodeaba
una piscina en la que flotaban nenúfares y flores de loto.
—Gracias por venir, Barrachina —le dijo
Daniel con un abrazo.
—Disculpa, Daniel. He de hacer una
llamada.
Se
retiró un momento y marcó el número en su móvil.
En
una mesa cercana vibraba un teléfono haciendo bailar la tempura y los rollitos
de primavera.
Época de la Guerra Fría. C.R. MacNamara, representante de
una multinacional de refrescos en Berlín Occidental, hace tiempo que
proyecta introducir su marca en la URSS. Sin embargo, en contra de sus
deseos, lo que su jefe le encarga es cuidar de su hija Scarlett, que
está a punto de llegar a Berlín. Se trata de una díscola y alocada joven
de dieciocho años, que ya ha estado prometida cuatro veces. Pero lo
peor es que, eludiendo la vigilancia de MacNamara, la chica se enamora
de Otto Piffl, un joven comunista que vive en la Alemania Oriental.
(FILMAFFINITY)
Premios
1961: Nominada al Oscar: Mejor fotografía (Blanco & Negro)
1961: Globos de Oro: Nominada Mejor película - Comedia y actriz sec. (Tiffin)
1961: Círculo de críticos de Nueva York: 2 Nominaciones
Críticas
"Magistral, divertida, con algunos de los mejores momentos de la comedia americana de todos los tiempos. Un clásico"
Me encontré una tarjeta en el limpiaparabrisas del coche con
la imagen de una joven oriental en picardías, un teléfono móvil apuntado y un
breve “masaje relajante” en letras rojas.
Entré en una cafetería, pedí un whisky doble y lo compartí
con mi perplejidad.
Dudé unos segundos pero pudo más mi curiosidad. Marqué
tembloroso el número de la tarjeta.
—Hola, querido. ¿Ya saliste del despacho?
— Sí, mi amor. Estoy llegando a casa.
Crucé la calle sin mirar y un coche me golpeó dejándome
medio inconsciente. Mostré la tarjeta:
—Marquen este número, por favor.
Oí que alguien se alejaba gritando “¡deje de beber, hombre!”
Qerida bieja:
Como yo le desia antes de venirme, aqui las cosas me van vién. Desde
que llegé enseguida incontré trabajo. Me pagan 8 pesos la semana y con
eso bivo como don Pepe el alministradol de la central allá.
La ropa aqella que quedé de mandale, no la he podido compral pues
quiero buscarla en una de las tiendas mejores. Digale a Petra que cuando
valla por casa le boy a llevar un regalito al nene de ella.
Boy a ver si me saco un retrato un dia de estos para mandálselo a uste.
El otro dia vi a Felo el ijo de la comai María. El está travajando pero gana menos que yo.
Bueno recueldese de escrivirme y contarme todo lo que pasa por alla.
Su ijo que la qiere y le pide la bendision.
Juan”
Después de firmar, dobló cuidadosamente el papel ajado y lleno de
borrones y se lo guardó en el bolsillo de la camisa. Caminó hasta la
estación de correos más próxima, y al llegar se echó la gorra raída
sobre la frente y se acuclilló en el umbral de una de las puertas. Dobló
la mano izquierda, fingiéndose manco, y extendió la derecha con la
palma hacia arriba.
Cuando reunió los cuatro centavos necesarios, compró el sobre y el sello y despachó la carta.
Va desaparèixer entre la
ciutat adormida, caminant pels carrers més
foscos i vorejant les places, fugissera. Sempre a l’empar de les ombres, alerta
a cada cantonada, va abandonar el seu barri de sempre. A poc a poc, la seva
ombra es va anar difuminant sota la lum grisa dels fanals, els seus colors es
van aigualir amb la humitat de la nit i, a trenc d’alba, el camió de la neteja
va eliminar l’últim rastre.
No va deixar escrit cap
comiat ni va tancar la clau del gas. Ningú la va enyorar. Havia sortit a cercar
llibertat i es va perdre.
Tercera setmana del concurs de relats
encadenats a la biblioteca Mercè Rodoreda. Frase d'inici: "Va
desaparèixer entre la ciutat adormida"
Alma
Desapareció entre la
ciudad dormida, caminando por calles oscuras i rodeando las plazas, huidiza. Siempre
al amparo de las sombras, alerta en cada esquina, abandonó su barrio de
siempre. Poco a poco, su sombra se fue difuminando bajo la luz gris de las
farolas, sus colores se diluyeron con la humedad de la noche y, al amanecer, el
camión de la limpieza eliminó el último rastro.
No dejó nota de
despedida ni cerró la llave del gas. Nadie la echó de menos. Había salido
buscando libertad y se perdió.