sábado, 31 de enero de 2015

Tai-Chi



TAI-CHI

( Josep Sebastián)

Últimamente su esposa estaba rara. Primero fueron las clases de yoga, a las que siguieron  el tai-chi y chi-kung. Más adelante retiros de fin de semana para trabajar la meditación zen y ahora se había puesto a estudiar chino. No se le daba nada mal, siempre fue buena para los idiomas. Hacía tres meses que trabajaba a media jornada en una empresa de import-export de productos orientales y creyó conveniente que aparte del inglés, que dominaba, saber lo más básico del idioma mandarín le ayudaría en su carrera profesional.
A ese giro étnico en su vida le acompañó unas cuantas visitas a un centro de estética donde cuidaron que su pelo fuera de lo más lacio, las cejas bien perfiladas e incluso, dado que ahora las cremas hacen milagros, lograr que sus ojos parecieran rasgados. La pasión por la cultura oriental llegó a desorientar a su marido, pues ella siempre había tenido un temperamento digamos que latino.
Aquel día Daniel salió pronto de casa para ir a la oficina. Al llegar al coche vio que había una tarjeta en el limpiaparabrisas. Era uno de esos reclamos de prostitución en algún apartamento próximo al barrio en que se encontraba. La foto de la muchacha en picardía haciendo ostentación de unos pechos generosos le excitó. Los rasgos orientales aún le daban más morbo a la situación.
Masaje oriental. En local y a domicilio. Un teléfono móvil y un mapa de la ubicación del apartamento bastaban para hacerse una idea de que era fácil la tentación.
        —No es momento de caer en los bajos instintos —pensó.
Como no vio papelera a la vista y su civismo pasaba por no tirar ni las colillas del Marlboro que fumaba al suelo, optó por meter la tarjeta en el bolsillo de la americana esperando la ocasión de deshacerse de ella. Arrancó el coche y se olvidó de la señorita mientras escuchaba las noticias en la radio.
Al poner la chaqueta en el colgador del despacho pensó en las últimas obsesiones de Ana, y en ese momento se acordó de la tarjeta. No dejaba de ser casual que se hubieran conjuntado las rarezas orientales de su esposa con la oferta carnal de la muchacha asiática.
¡Y tan casual que lo era! Al ir a tirar la tarjeta a la papelera se dio cuenta que el móvil impreso le sonaba de algo. Tantos cincos y sietes le provocaron una angustia cercana al aturdimiento, hasta llegar a un  sudor frío y una flojera general del cuerpo cuando lo releyó tres veces.
        —¿Le ocurre algo, Sr. Pérez? —le preguntó la secretaria.
        —No, Silvia, no es nada. Un ligero mareo —contestó.
Cuando se hubo recuperado pensó en su amigo Barrachina para aclarar las cosas. Solo un amigo de tal confianza podría ayudarle en el escabroso asunto en el que estaba metido.
Quedó con él en una cafetería a la salida del trabajo.
        —Sí, Barrachina. Es el teléfono de Ana. Compruébalo, tú también lo tienes registrado.
        —Es cierto, Daniel —confirmó su amigo. ¿Qué quieres que haga?. Si llamo, contestará como siempre, “Hola, Tony. Como estáis?” —esgrimió Barrachina.
        —No, no. Esta vez llamarás con número desconocido, y concretarás una sesión en el local de masajes —le pidió su amigo.

Al día siguiente Barrachina reservó hora para esa misma tarde. En el poco rato que recuerda haber estado en venérea situación no vio en ningún momento rastro de Ana ni quién pudiera parecerse. Dos horas después de haber traspasado la puerta de “El loto azul” se encontró medio adormilado en un banco del parque del oeste.
        —¡Aquél whisky! pensó.
La cartera ya no estaba en el bolsillo de su americana.
Intentó volver al local pero entendió que no estaba en situación de quejarse. Además, le dirían que podrían habérsela robado en cualquier otro lugar en apariencia menos inmoral.
A la semana siguiente Barrachina informó a su amigo del resultado de su desgraciada y tan improductiva visita al lupanar. Sentados en la terraza del bar con un par de whiskys de por medio, Daniel se disculpó.
        —Perdona, amigo. Cuando te dejé el otro día recordé que Ana me había comentado que su móvil no iba bien y que había contratado otra línea. Y no queriendo privarte —prosiguió con una sonrisa— de un relajante masaje dejé que el plan continuara. Por supuesto, —añadió Daniel— el importe corre de mi cuenta.
        —¿Y mi cartera, Dani? —se quejó Barrachina. ¡Ni mi mujer sabe aún que la he perdido, y he visto cargos en mi cuenta de cierto valor a la hora siguiente de mi paso por el maldito burdel!
        —Eso no es cosa mía, Barrachina. Te la podrían haber robado en el metro por ejemplo.
Pagó los whiskis y se despidió con una reverencia.
Al cabo de un año Barrachina recibió una llamada de su exmujer en la que le preguntaba si iba a acudir a la inauguración de la nueva casa de Daniel y Ana, en una urbanización de cierto lujo a las afueras de la ciudad. Ellas eran buenas amigas y últimamente habían hecho un viaje a China.
Aunque no le hacía la menor gracia acudir se presentó el día de la fiesta. Un buffet de comida oriental daba colorido a una esquina del enorme jardín que rodeaba una piscina en la que flotaban nenúfares y flores de loto.
        —Gracias por venir, Barrachina —le dijo Daniel con un abrazo.
        —Disculpa, Daniel. He de hacer una llamada.
Se retiró un momento y marcó el número en su móvil.
En una mesa cercana vibraba un teléfono haciendo bailar la tempura y los rollitos de primavera.

6 comentarios:

  1. Ya me parecía a mí que detrás del relato de La Copa ENTC había una historia oculta. Muy buen trabajo Josep.
    Por cierto, te he nominado para el Premio Excellence: es un reconocimiento que se otorga entre blogers. Puedes verlo aquí:
    http://relatsdearena.blogspot.com.es/2015/01/premio-excellence.html

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  2. Sí, estaba trabajando en la historia de Daniel cuando salió lo del concurso y aproveché para hacer un microcuento con la idea inicial. Ahora me gustan los dos,
    Gracias por eso del excellence, si més no per haver pensat en el meu humil blog.

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  3. Me ha gustado pasar por tu blog. Buen texto y agradable lectura,

    Un abrazo.

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  4. Pues esa es mi intención, que os paséis y os guste.
    Muchas gracias.

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  5. Qué buena la frase final, haciendo bailar la tempura y los rollitos de primavera.
    Sería un buen cortometraje.

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  6. Hay muchos relatos con los que se pueden hacer cortos. Qui'en sabe si alg'un d'ia...

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