Antes de pedirme el divorcio y dejarme sin
blanca, aún me recordó los tres minutos largos que empleé antes de decir “Sí,
quiero”. Y de no decidirme en comprar aquellas acciones de bolsa que nos
hubieran hecho más millonarios de lo que éramos.
Me llamó inmaduro y pusilánime. Y se largó
con un tipo que decía tener las cosas claras.
De eso hace tres años y todavía no he
decidido si utilizar arsénico o matarratas.
Use Lahoz vuelve con Los buenos amigos. Una historia al estilo de Balzac a la que no le sobra ni le falta nada.
En 2009 Use Lahoz publicó una novela que dejaba traslucir un futuro de novelista de fuste: Los Baldrich,
una historia familiar en la estela de las novelas familiares conocidas
como sagas. La obra funcionaba en líneas generales, pero adolecía de
algunos errores que solo el afán de no repetirlos podría prometer otra
novela, esta más redonda. Ahora retorna con Los buenos amigos. Los buenos amigos
tiene más de 600 páginas. A esta historia no le sobra ni le falta nada.
Ello quiere decir que todo lo que se narra, lo que se explica y se
describe es necesario a los efectos de la eficacia y el placer de su
lectura. Use Lahoz ha escrito una novela redonda. Todo está pensado y
puesto para que el relato consiga nuestro interés. Se trata de seguir su
trama y sus avatares con ese encendido interés que nos procura una
novela muy bien urdida y mejor acabada. En primer término, debo destacar
la precisión narrativa de su voz omnisciente.
Todo lo que le faltó a Los Baldrich, esta lo tiene en la
mejor tradición de la narrativa decimonónica. Una voz que nos guía, que
nos expone la dimensión humana, psicológica y moral de sus personajes
sin que tengamos que tomar partido por ninguno. Diría que Los buenos amigos
es una novela de destinos desencontrados, a merced del azar o de
decisiones equivocadas, víctimas de la codicia, la frustración o de los
sentimientos más gestionados.
Los buenos amigos son varias novelas. Una novela de
formación (o deformación), una novela sobre el paso del medio rural al
urbano, una novela sobre la emigración del sur de España a Cataluña,
sobre la ascensión social y sus costes humanos. Lahoz enfrenta dos modos
de mirar el mundo, el de dos adultos que fueron niños en un orfelinato
en la posguerra.
Su escritura es una voz. Omnisciente que deja que seamos nosotros quienes tengamos la última palabra.
Por momentos tuve la impresión de estar leyendo una novela de Balzac.
Ese aire entre trágico y triste de los personajes balzacianos, tan
llenos de ilusiones perdidas.
Lahoz demuestra que el realismo no está muerto. Que puede vivir con
otras tendencias. Siempre que sea para contarnos lo que nos cuenta y
como nos lo cuenta Lahoz.