A ver, señora jueza, usted me va a entender… ¿Sabe
su señoría el tiempo que se lleva una en la cocina para hacer unos
buenos pimientos rellenos?… Para empezar, hay que ir al mercado a
escoger los más rojos y hermosos. Hay quien los prefiere verdes, pero a
mí me gustan rojos, que salen más dulces… Luego hay que asarlos, con
cuidado para que no se cuezan. Quitarles la piel y desvenarlos. En eso
ya se fue media mañana.
Hay que conservarlos en un paño húmedo mientras se prepara el relleno.
Así que se pone un kilo de carne picada en una cazuela, con su chorro de
aceite, cebolla picada, dos ajos enteros, tomate picado, patata en
cuadraditos, zanahoria muy pequeñita, un puñado de pasas, tres rodajas
de piña en almíbar en trocitos, perejil, apio y un par de chiles o
guindillas enteras, sólo para dar gusto.
Esto, señoría, se lleva su hora larga de preparación, y otra más al fuego.
Luego viene la salsa. Porque, claro, una nos los sirve así, sin gracia.
Se hace a base de nata espesa y queso curado, con un chorrito de vino
blanco y un suspiro de pimienta blanca. Al final, cuando se quita del
fuego, hay que agregar las nueces picadas.
Entre rellenar los pimientos, meterlos al horno diez minutos,
disponerlos en la fuente para llevar a la mesa, bañarlos con la salsa
muy caliente y adornarlos con granos de roja granada, llegó la hora de
sentarse a comer, sin un respiro.
Y todo, ¿para qué?… Para que venga el zoquete de mi marido y diga: «A esto le falta una pizca de sal…».
¿Acaso usted no le habría reventado la cabeza con el plato de pimientos?… ¡Vamos!… ¡Y tan a gusto que se queda una!…
Acabada
la orgía, volvió a casa vacilante por las calles pedregosas. Casi a ciegas se
quitó el casco, las sandalias, la falda de cuero y la cota de malla que cubría
su pecho.
Solo al dejar la espada en el suelo fue cuando el centurión
Tiberio pudo aprovechar para matarle.