domingo, 11 de enero de 2015

Linea roja



LINEA ROJA
(Josep Sebastián)
Habían discutido y él bebió en la soledad que amparan las frías paredes de los bares al atardecer. Le invitaron a abandonar el último pasadas la medianoche, cuando las calles se abren a los borrachos. Ese domingo de Setiembre tomó el último metro y cayó como un saco de cemento en el asiento de un vagón casi desierto. Movió poco a poco la cabeza hacia atrás para recostarla contra la inclinación de la ventana. En la parte superior un diodo rojo indicaba que la siguiente parada era España. El alcohol embriagó su cerebro y lo envolvió en un profundo sueño.
Antes de Rocafort alguien le sustrajo el anillo de oro que lucía aún en el anular derecho después de 30 años de matrimonio. Luego siguieron el reloj y el cinturón de piel de los pantalones. En Catalunya no tenía ni la americana ni los zapatos ni los calcetines. En Triunfo le dejaron sin camisa y antes de Sagrera los pantalones y calzoncillos cayeron en manos ajenas. Aún quedaban paradas para los últimos depredadores porque entre Sagrera y Sant Andreu su piel fue arrancada a jirones, sus órganos cayeron por el suelo en Trinitat Vella y algún hueso, teniendo en cuenta que ahora aceptaban perros en el metro, fue despachado con prontitud en Santa Coloma. Al llegar a Fondo, un empleado se preparaba para limpiar el convoy  como cada noche.
Por la mañana, ella salió bien temprano de casa para acudir al trabajo. En el trayecto hasta la boca del metro más próxima tropezó con al menos cuatro indigentes con sus carritos llenos de chatarra buscando en los contenedores.
        —Seguramente ayer me pasé con Adolfo —pensó.
El sol dibujaba una línea roja en el amanecer de la ciudad.

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