Sorbos
de memoria
(Josep Sebastián)
En
invierno me gusta sentarme en las terrazas cubiertas y tomarme una cerveza bien
fría, entre otras cosas para no tener que soportar esos vasos blancos y helados
en las que la suelen servir durante los meses de estío. No los soporto, y sé
que en esta época no utilizan tal práctica.
Lo
que si que agradezco es que la acompañen con un posavasos impreso de alguna
marca de cerveza desconocida y a saber si existente. El húmedo círculo que crea
el culo de la botella ya me anticipa ciertas sensaciones de frescura. Quiero
provocar al frío contra el frío, de manera que cuando doy el primer trago, tan
amargo, pase por mi boca una cascada de terciopelo, un río oscuro
atravesando mi lengua y mis dientes, que en ese momento resurgen como piedras
blancas y planas.
Busco
la textura de la espuma para darme cuenta de que todo es efímero. Desaparece
rápidamente de mis labios como el café con leche humeante que toma la mujer que
está sentada en la mesa contigua. Quizás ese fue uno de los motivos por los que
entré en esa terraza. Una mujer de figura frágil y limpia como el vidrio de las
botellas de cerveza, y que posiblemente el color tostado de su piel, como la
rama del arrayán, sea consecuencia de unas recientes vacaciones en la otra
parte del planeta.
Pero
apura su café con leche, paga al camarero y se aleja lentamente.
Vuelvo
a estar solo. Pido otra cerveza, y esta vez la hago acompañar de unas patatas
chips que me transportan a los agostos de aquel pueblo de la sierra.
Un pueblo que sigue allí donde lo abandoné, con sus limpias piscinas. Algún
amigo ya no está. No recuerdo quien dijo que el tiempo ni vuelve ni tropieza,
pero me gustaría, ahora que contemplo
esa figura alargada del botellín, reunir a todos los muchachos que en aquel bar
con porches que olían a cloro nos iniciamos en el arte de chocar el vidrio
ambarino contra el mostrador para demostrar al mundo que nos lo poníamos por
montera.
Miguel,
Luis, Enrique, Adolfo, Pepillo… Largas melenas y escasos ropajes, qué grandes,
qué hombres nos creíamos abriendo botellas aquella tarde de verano. Las
chapas caían al suelo como meteoritos fugaces, aquellas que
utilizábamos como chapas de sheriff aprovechando su estrella y su
corcho al dorso.
Algunos
ya no están, otros ya no beben ni siquiera cerveza sin alcohol, otros nos
dejamos llevar por el calor de las terrazas cubiertas en esta inmensa ciudad.
Estoy
esperando que llegue el verano para refugiarme en el interior de esos nuevos
despachos de pan-repostería-cafetería que se han puesto de moda últimamente.
Pedir un chocolate bien espeso y caliente y esperar que lleguen mis primos como
sombras para celebrar el banquete por mi primera comunión.
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