MADE
IN CHINA
(Josep Sebastián)
Los
lunes, miércoles y viernes me pongo la ropa al revés, incluido el calzado,
anillo, reloj y gafas. Desde hace años me consuela saber que con este pequeño
truco consigo imaginar mi vida de manera alternativa, como si una mitad de mi existencia
caminara ajena a la de los demás mortales. Soy soltero y trabajo por mi cuenta
en un pequeño despacho dónde diseño moda a través de un programa de diseño
específico, por tanto no hay esposa ni compañeros de trabajo que puedan
molestarse con mi absurda excentricidad.
Uno
de mis últimos trabajos ha sido la creación de unos modelos “uniside”, que
serían la variante en moda del vestir al conocido “unisex” de las peluquerías.
Se trata de prendas que pueden llevarse tanto del derecho como del revés, aunque
a mí no me interesan por razones bien obvias. Yo voy tres días a la semana
totalmente del revés. El domingo es un día aparte. Me lo pasó en casa con una
túnica “uniside” blanca que me da un aspecto entre fantasma y monje zen.
Hoy
me ha parecido ver al conductor del autobús que cada día cojo en la calle
Brasil con la camisa el revés, pero no le he dado mayor importancia pensando
que un descuido lo tiene cualquiera y más en esos oficios que a veces obligan a
ponerse de pie cuando el día aún no le ha dado por llegar. Pero más tarde he
visto salir de la escuela a un grupo de niños con las batas azules y las
rayitas blancas que hacía suponer una posición reversa.
Entonces
he mirado el reloj digital en la marquesina de una de las paradas del autobús,
a la altura de la travesera de les Corts. Jueves, 4 de mayo. Compruebo que mi
reloj está situado en la muñeca derecha y que mi mano no accede al bolsillo del
pantalón por el simple motivo que está de vuelta.
No
es posible, hoy no tocaba, pensé.
Vuelvo
inmediatamente a casa pensando que la humanidad se ha contrariado en masa sin
haberme pedido explicaciones o que puede ser debido a mi despiste de la
jornada. Revuelvo con nervio el armario de los martes, jueves y sábados y me
visto con la naturalidad de quién se sabe cumplidor de su propio protocolo.
Salgo
al rellano y empiezo a subir hacia la azotea (vivo en un segundo) y una vez
allí me sorprendo de mi propia acción. ¿Cómo puede ser? Tengo que ir hacia la
calle, y con grandes esfuerzos me deslizo por un bajante bien sujeto. Ya en
tierra me dirijo a tomar el metro pero una vez en el convoy me doy cuenta que
la dirección es la opuesta a mi destino. Aturdido y abrumado me bajo en la
siguiente parada y al salir al exterior decido tomar un taxi para pasar la
responsabilidad de mi destino a alguien ajeno a mis acciones.
—Diputación
esquina Consell de Cent.
El
taxista asiente con la cabeza ( o disiente, que ya no me fio de nada ni de
nadie) y compruebo que toma la dirección correcta. Respiro por fin y para
quitarme la tensión acumulada intento entablar conversación, pero me detengo en
el momento que miro el taxímetro. Las cifras van disminuyendo a partir de la
bajada de bandera, o a lo mejor en este caso tendríamos que hablar de subida de
bandera. Empiezo a notar ese nerviosismo que acontece cuando miras lo rápidos
que suben los pasos en las paradas de los semáforos o en los embotellamientos,
pero en este caso es la incertidumbre de cómo acabará la increíble mengua que
pasa ante mis ojos.
No
presté atención en si se desviaba de alguna calle para desgravar un poco más la
carrera, pero lo cierto es que al llegar al despacho marcaba (-22,40 euros)
—Si tiene 60 céntimos, le
abono los veintitrés euros —me dijo el taxista—. Y el importe ha sido un poco más alto de lo
habitual —añadió— por las obras en la calle Aragón que nos han entretenido un
poco.
Cuando
salí del vehículo aún me dijo:
—Perdone, pero lleva el jersey al revés (un
Lacoste granate)
Quise
contestarle que a mi esposa ya no le hacían efecto los ansiolíticos y que no
estaba por la labor de prepararme bien la ropa, pero recordé que era soltero.
—Ya, ya —le contesté—. Cada vez los chinos
hacen peores imitaciones.
Antes
de entrar en el despacho de mi psicoanalista aún vi desaparecer el vehículo con
la luz roja de “libre”.
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