jueves, 4 de diciembre de 2014

Made in China





MADE IN CHINA



(Josep Sebastián)

Los lunes, miércoles y viernes me pongo la ropa al revés, incluido el calzado, anillo, reloj y gafas. Desde hace años me consuela saber que con este pequeño truco consigo imaginar mi vida de manera alternativa, como si una mitad de mi existencia caminara ajena a la de los demás mortales. Soy soltero y trabajo por mi cuenta en un pequeño despacho dónde diseño moda a través de un programa de diseño específico, por tanto no hay esposa ni compañeros de trabajo que puedan molestarse con mi absurda excentricidad.
Uno de mis últimos trabajos ha sido la creación de unos modelos “uniside”, que serían la variante en moda del vestir al conocido “unisex” de las peluquerías. Se trata de prendas que pueden llevarse tanto del derecho como del revés, aunque a mí no me interesan por razones bien obvias. Yo voy tres días a la semana totalmente del revés. El domingo es un día aparte. Me lo pasó en casa con una túnica “uniside” blanca que me da un aspecto entre fantasma y monje zen.
Hoy me ha parecido ver al conductor del autobús que cada día cojo en la calle Brasil con la camisa el revés, pero no le he dado mayor importancia pensando que un descuido lo tiene cualquiera y más en esos oficios que a veces obligan a ponerse de pie cuando el día aún no le ha dado por llegar. Pero más tarde he visto salir de la escuela a un grupo de niños con las batas azules y las rayitas blancas que hacía suponer una posición reversa.
Entonces he mirado el reloj digital en la marquesina de una de las paradas del autobús, a la altura de la travesera de les Corts. Jueves, 4 de mayo. Compruebo que mi reloj está situado en la muñeca derecha y que mi mano no accede al bolsillo del pantalón por el simple motivo que está de vuelta.
No es posible, hoy no tocaba, pensé.
Vuelvo inmediatamente a casa pensando que la humanidad se ha contrariado en masa sin haberme pedido explicaciones o que puede ser debido a mi despiste de la jornada. Revuelvo con nervio el armario de los martes, jueves y sábados y me visto con la naturalidad de quién se sabe cumplidor de su propio protocolo.
Salgo al rellano y empiezo a subir hacia la azotea (vivo en un segundo) y una vez allí me sorprendo de mi propia acción. ¿Cómo puede ser? Tengo que ir hacia la calle, y con grandes esfuerzos me deslizo por un bajante bien sujeto. Ya en tierra me dirijo a tomar el metro pero una vez en el convoy me doy cuenta que la dirección es la opuesta a mi destino. Aturdido y abrumado me bajo en la siguiente parada y al salir al exterior decido tomar un taxi para pasar la responsabilidad de mi destino a alguien ajeno a mis acciones.
      —Diputación esquina Consell de Cent.
El taxista asiente con la cabeza ( o disiente, que ya no me fio de nada ni de nadie) y compruebo que toma la dirección correcta. Respiro por fin y para quitarme la tensión acumulada intento entablar conversación, pero me detengo en el momento que miro el taxímetro. Las cifras van disminuyendo a partir de la bajada de bandera, o a lo mejor en este caso tendríamos que hablar de subida de bandera. Empiezo a notar ese nerviosismo que acontece cuando miras lo rápidos que suben los pasos en las paradas de los semáforos o en los embotellamientos, pero en este caso es la incertidumbre de cómo acabará la increíble mengua que pasa ante mis ojos.
No presté atención en si se desviaba de alguna calle para desgravar un poco más la carrera, pero lo cierto es que al llegar al despacho marcaba (-22,40 euros)
—Si tiene 60 céntimos, le abono los veintitrés euros —me dijo el taxista—.  Y el importe ha sido un poco más alto de lo habitual —añadió— por las obras en la calle Aragón que nos han entretenido un poco.
  Cuando salí del vehículo aún me dijo:
—Perdone, pero lleva el jersey al revés (un Lacoste granate)
Quise contestarle que a mi esposa ya no le hacían efecto los ansiolíticos y que no estaba por la labor de prepararme bien la ropa, pero recordé que era soltero.
—Ya, ya —le contesté—. Cada vez los chinos hacen peores imitaciones.
Antes de entrar en el despacho de mi psicoanalista aún vi desaparecer el vehículo con la luz roja de “libre”.

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