CRUCERO INCIERTO
(Josep Sebastían)
Empezaba
a llover y el aroma del mar se mezclaba con el olor característico que tiene la
lluvia en la ciudad. Me gusta pasear por los muelles portuarios, contemplar a
la gente subiendo y bajando las pasarelas inclinadas de los barcos, hacia
cubierta o al reencuentro con un destino muchas veces incierto.
Un
instante después de divisar la proa del Karadoujan aguanté la mirada de aquella
hermosa mujer que cerraba la cola de pasajeros prestos a iniciar su viaje rumbo
a Turquía. El furtivo encanto de ese momento se truncó por el sonido del timbre
de su celular.
Con
aspecto serio contestó la llamada con la brevedad que se suponen requieren las
decisiones trascendentales. Cerró la tapa del teléfono y dudó entre arrojarlo a
la papelera más próxima o regalársela a un mozo que faenaba reparando la lona
de la pasarela.
Optó
por lo segundo.
—Tenga, buen hombre, es para usted.
Solamente habrá de cambiarle la tarjeta de memoria. Yo acabo de hacerlo con la
mía hace unos instantes.
La
dama se giró y la tuve ante mí.
—No sabía que las mujeres hermosas
hicieran estas cosas —le dije al instante.
—¿El qué? —contestó—. ¿Coger un barco a
Estambul o regalar teléfonos móviles a desconocidos?
—Enamorarse en un muelle.
—Confieso que yo tampoco imaginé que los
hombres osados hicieran lo mismo. ¿Y sabe una cosa? —prosiguió—, yo no iba a
coger ese barco.
—¿Qué barco? —esgrimí yo.
Por
vez primera la vi sonreír.
La
dársena parecía un cuadrilátero cuyas esquinas oblicuas anunciaban un combate
sin tregua, un dulce intercambio de pasiones, miradas cómplices y sueños
compartidos.
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