martes, 9 de diciembre de 2014

El ascensor



EL ASCENSOR
(Josep Sebastián)
El hombre llamó al ascensor pasadas las diez de la noche. Esa semana había de cerrar el balance del primer semestre y cada día salía tarde de la oficina. Era el último en abandonar la empresa, un edificio de diez plantas. Mientras trabajaba, desde los amplios ventanales contemplaba la ciudad.
Vio su cara cansada ante el espejo y los números indicadores de los pisos le hacían compañía. 8,7,6… Entre el quinto y el cuarto el ascensor se detuvo.
Dejó pasar los segundos necesarios para pasar de la sorpresa a la inquietud, y sin pararse a pensar quién escucharía su petición de socorro apretó el botón con la campanilla dibujada. Pero no dio ninguna señal sonora, como si fuera el timbre de un edificio deshabitado y en ruinas.
      —Calma —pensó—, dejando el maletín en el suelo y aflojándose el nudo de la corbata.
Vio la clásica chapa de aluminio en la parte superior de la pared de los botones. “Khissen Elevators. Averías 24 horas. Teléfono 902.29.50.6...” El último número había sido borrado con algún objeto punzante y en su lugar figuraba un 9 escrito con rotulador negro, y justo a su lado un dibujo obsceno relativo al nuevo guarismo. De todo ello se deducía que el teléfono de averías de Khissen acababa entre el 0 y el 8.
El hombre podía haber marcado el teléfono de su esposa o el de cualquier empleado de la empresa del cual tuviera su número memorizado en el móvil. Incluso el del conserje del edificio que aunque ya se encontraría en casa acudiría raudo pues era un hombre cumplidor.

Pero como todavía no se sentía incómodo, para quitarse un poco la tensión de tantas horas cuadrando y regularizando estados de cuentas decidió ponerse en contacto con la compañía de averías que al fin y al cabo es quién habría de solucionar su delicada situación.
      —No me llevará más de diez minutos —pensó—. Empezaré por el acabado en 3.
“Hola. Gracias por llamar a Relojería Bayés. Nuestro horario de oficinas es de nueve de la mañana a siete de la tarde. Puede dejar su mensaje. Gracias por su confianza”.
      —Vaya, mal empezamos —se dijo—, pero es solo el primero, iremos ahora a por el 5 por ejemplo.
“Telefonía Lemon le informa que el número solicitado no existe”
     — ¿Cómo que no existe? —se enojó—, todos los números que a uno se le ocurran existen. ¡Si fallara uno en la secuencia infinita el mundo sería un caos!
Marcó el 62.
“El abonado ha cambiado de número. Ahora es el 00347954623535”
Muchos le parecieron. Había oído hablar de conexiones con países lejanos con un coste muy elevado solo por iniciar la llamada,  a partir de la cual la interlocutora seguía hablando en un lenguaje extraño.
Siguió con el que termina en 0.
Música inicial de Miles Davis. “Está hablando con la delegación en España de Granger & Sons Company. En este momento no podemos atenderle, deje su mensaje. Gracias.” Acababa con un solo de Roy Eldridge.
Colgó al instante. Además, no soportaba el jazz.
Probó con el 4.
“Pizzeria Presto. ¿En qué puedo atenderle?"
Empezaba a tener hambre y pensó en pedir una Margarita con doble de queso. Pero si decía que se la trajeran a la cabina de un ascensor entre la cuarta y quinta planta de un edificio de oficinas era evidente que se lo tomarían como una broma.
Dudó entre el 1 y el 7 pero optó por este último, que era su número de la suerte.
“Servicio municipal de Pompas Fúnebres. Si desea hablar con decesos, pulse 1. Si desea contactar con Floristería, pulse 2. Con crematorio, pulse 3…”
Colgó de inmediato.  Empezando a ponerse nervioso marcó el acabado en 1.
“Servicio de venta de entradas del Teatro Diana para la función La vida es sueño. Los viernes descuento de un 30 por ciento…”
      —Para teatro estoy yo —pensó—. Y hablando de sueño… —bostezó.
Cambió el panorama con la siguiente. La penúltima, el 6.
      —Hola, cariño. Estoy aquí en mi camita, acariciándome. Te estaba esperando, mi amor. ¿Dónde estás cielo?
La voz, de acento caribeño, le despejó.
      —Si te digo dónde estoy —el hombre habló por primera vez en toda la noche—, te echarás a reír.
      —Yo lo único que quiero echar, querido, —contestó la chica— es un polvo contigo. Pero tranquilo, sin prisas…
El hombre pensó en cómo había cambiado la profesión. Recordaba cuando era joven que las prostitutas intentaban ir lo más rápido posible. Ahora con los teléfonos la situación era al revés.
      —Date el tiempo que quieras, corazón —prosiguió—. ¿Sabes que llevo puesto? Solamente unas braguitas que me las vas a quitar con tu boca, cielo. Vete desnudando, cariño. Me gusta imaginar cómo te quitas la ropa.
La conversación duró unos quince minutos, hasta que la chica intuyó el final de su cliente.
      — ¡Dame duro, amor, dame más!—gritaba ella— Ohhh, que bien lo haces. Ahora, sí, sí…
902.20.59.68
“Servicio de averías de Khissen Elevators. Todas nuestras líneas están ocupadas. No se retire, en breves momentos le atenderemos.” Y una música de piano electrónico hasta la saciedad.
El hombre lo vuelve a intentar.
“Servicio de averías de Khissen Elevators. Nuestras líneas están ocupadas…”
Ahora recuerda que había oído comentar en el departamento comercial que muchos clientes se quejaban de las largas esperas a ser atendidos con la música de fondo. Pues cuánta razón tienen, pensó.
El hombre decide ser pragmático. Primero marca el número de teléfono de su esposa para al menos avisar de que llegará más tarde de lo habitual, pero solamente escucha que ese número está apagado o fuera de cobertura en estos momentos.
   ¿Apagado? ¡Lo que ocurre es que ya está durmiendo sin preocuparse por mi demora! 
Cuando empieza a marcar en el dial el número del diligente conserje suenan varios pitidos en el móvil y un mensaje de batería baja. Aún hay la suficiente carga para oír al otro lado la voz de Braulio.
      —Diga. ¿Quién llama? ¡Dígame!
Y nada más.
El hombre, empapado en sudor y cansancio, se sienta en un rincón de la cabina y entra en profundo sueño.

La mujer llama al ascensor justo antes de dar las ocho de la mañana. Es lunes y mientras espera que baje va pensando en lo bien que se lo ha pasado el fin de semana. Les explicará a sus compañeros de trabajo que el sábado fue al teatro después de dos años sin pisar una sala.
Se abren las puertas.
      —Buenos días, Sr. Pérez. Un agitado fin de semana, ¿no?
El hombre avergonzado se viste de espaldas y deprisa. Tiene tiempo hasta la planta 9 (Marketing) que es donde trabaja la señorita que le saludó. En menos de un minuto se abren las puertas.
      —Que tenga un buen día —se despide la mujer esbozando una leve sonrisa.
El hombre pulsa el botón número 10. En unos momentos está entrando en el departamento de contabilidad. Aún no hay nadie en las mesas, y piensa que habrá de volver a insistir en la puntualidad. Entra en su despacho y se dirige a la enorme ventana. Al observar las luces de la ciudad decide que ya es hora de ir cerrando la pantalla del ordenador. Se hace tarde y aun ha de recoger a su esposa para ir al teatro. Reservó un par de entradas aprovechando que hoy tenían descuento.
Cuando la va a llamar para que encargue una pizza comprueba que se le ha acabado la batería del móvil. Que poco duran —piensa.
Mientras espera que suba el ascensor considera que un día de estos ha de revisar su seguro de vida.

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