EL ASCENSOR
(Josep Sebastián)
El
hombre llamó al ascensor pasadas las diez de la noche. Esa semana había de
cerrar el balance del primer semestre y cada día salía tarde de la oficina. Era
el último en abandonar la empresa, un edificio de diez plantas. Mientras
trabajaba, desde los amplios ventanales contemplaba la ciudad.
Vio
su cara cansada ante el espejo y los números indicadores de los pisos le hacían
compañía. 8,7,6… Entre el quinto y el cuarto el ascensor se detuvo.
Dejó
pasar los segundos necesarios para pasar de la sorpresa a la inquietud, y sin
pararse a pensar quién escucharía su petición de socorro apretó el botón con la
campanilla dibujada. Pero no dio ninguna señal sonora, como si fuera el timbre
de un edificio deshabitado y en ruinas.
—Calma —pensó—, dejando el maletín en el
suelo y aflojándose el nudo de la corbata.
Vio
la clásica chapa de aluminio en la parte superior de la pared de los botones.
“Khissen Elevators. Averías 24 horas. Teléfono 902.29.50.6...” El último número
había sido borrado con algún objeto punzante y en su lugar figuraba un 9
escrito con rotulador negro, y justo a su lado un dibujo obsceno relativo al nuevo
guarismo. De todo ello se deducía que el teléfono de averías de Khissen acababa
entre el 0 y el 8.
El
hombre podía haber marcado el teléfono de su esposa o el de cualquier empleado
de la empresa del cual tuviera su número memorizado en el móvil. Incluso el del
conserje del edificio que aunque ya se encontraría en casa acudiría raudo pues era
un hombre cumplidor.
Pero
como todavía no se sentía incómodo, para quitarse un poco la tensión de tantas
horas cuadrando y regularizando estados de cuentas decidió ponerse en contacto
con la compañía de averías que al fin y al cabo es quién habría de solucionar
su delicada situación.
—No me llevará más de diez minutos
—pensó—. Empezaré por el acabado en 3.
“Hola.
Gracias por llamar a Relojería Bayés. Nuestro horario de oficinas es de nueve
de la mañana a siete de la tarde. Puede dejar su mensaje. Gracias por su
confianza”.
—Vaya, mal empezamos —se dijo—, pero es
solo el primero, iremos ahora a por el 5 por ejemplo.
“Telefonía
Lemon le informa que el número solicitado no existe”
—
¿Cómo que no existe? —se enojó—, todos los números que a uno se le ocurran
existen. ¡Si fallara uno en la secuencia infinita el mundo sería un caos!
Marcó
el 62.
“El
abonado ha cambiado de número. Ahora es el 00347954623535”
Muchos
le parecieron. Había oído hablar de conexiones con países lejanos con un coste
muy elevado solo por iniciar la llamada,
a partir de la cual la interlocutora seguía hablando en un lenguaje
extraño.
Siguió
con el que termina en 0.
Música
inicial de Miles Davis. “Está hablando con la delegación en España de Granger
& Sons Company. En este momento no podemos atenderle, deje su mensaje.
Gracias.” Acababa con un solo de Roy Eldridge.
Colgó
al instante. Además, no soportaba el jazz.
Probó
con el 4.
“Pizzeria
Presto. ¿En qué puedo atenderle?"
Empezaba
a tener hambre y pensó en pedir una Margarita con doble de queso. Pero si decía
que se la trajeran a la cabina de un ascensor entre la cuarta y quinta planta
de un edificio de oficinas era evidente que se lo tomarían como una broma.
Dudó
entre el 1 y el 7 pero optó por este último, que era su número de la suerte.
“Servicio
municipal de Pompas Fúnebres. Si desea hablar con decesos, pulse 1. Si desea
contactar con Floristería, pulse 2. Con crematorio, pulse 3…”
Colgó
de inmediato. Empezando a ponerse
nervioso marcó el acabado en 1.
“Servicio
de venta de entradas del Teatro Diana para la función La vida es sueño. Los
viernes descuento de un 30 por ciento…”
—Para teatro estoy yo —pensó—. Y hablando
de sueño… —bostezó.
Cambió
el panorama con la siguiente. La penúltima, el 6.
—Hola, cariño. Estoy aquí en mi camita,
acariciándome. Te estaba esperando, mi amor. ¿Dónde estás cielo?
La
voz, de acento caribeño, le despejó.
—Si te digo dónde estoy —el hombre habló
por primera vez en toda la noche—, te echarás a reír.
—Yo lo único que quiero echar, querido,
—contestó la chica— es un polvo contigo. Pero tranquilo, sin prisas…
El
hombre pensó en cómo había cambiado la profesión. Recordaba cuando era joven
que las prostitutas intentaban ir lo más rápido posible. Ahora con los
teléfonos la situación era al revés.
—Date el tiempo que quieras, corazón
—prosiguió—. ¿Sabes que llevo puesto? Solamente unas braguitas que me las vas a
quitar con tu boca, cielo. Vete desnudando, cariño. Me gusta imaginar cómo te
quitas la ropa.
La
conversación duró unos quince minutos, hasta que la chica intuyó el final de su
cliente.
— ¡Dame duro, amor, dame más!—gritaba
ella— Ohhh, que bien lo haces. Ahora, sí, sí…
902.20.59.68
“Servicio
de averías de Khissen Elevators. Todas nuestras líneas están ocupadas. No se
retire, en breves momentos le atenderemos.” Y una música de piano electrónico
hasta la saciedad.
El
hombre lo vuelve a intentar.
“Servicio
de averías de Khissen Elevators. Nuestras líneas están ocupadas…”
Ahora
recuerda que había oído comentar en el departamento comercial que muchos
clientes se quejaban de las largas esperas a ser atendidos con la música de
fondo. Pues cuánta razón tienen, pensó.
El
hombre decide ser pragmático. Primero marca el número de teléfono de su esposa
para al menos avisar de que llegará más tarde de lo habitual, pero solamente
escucha que ese número está apagado o fuera de cobertura en estos momentos.
— ¿Apagado?
¡Lo que ocurre es que ya está durmiendo sin preocuparse por mi demora!
Cuando
empieza a marcar en el dial el número del diligente conserje suenan varios
pitidos en el móvil y un mensaje de batería baja. Aún hay la suficiente carga
para oír al otro lado la voz de Braulio.
—Diga. ¿Quién llama? ¡Dígame!
Y
nada más.
El
hombre, empapado en sudor y cansancio, se sienta en un rincón de la cabina y
entra en profundo sueño.
La
mujer llama al ascensor justo antes de dar las ocho de la mañana. Es lunes y
mientras espera que baje va pensando en lo bien que se lo ha pasado el fin de
semana. Les explicará a sus compañeros de trabajo que el sábado fue al teatro
después de dos años sin pisar una sala.
Se
abren las puertas.
—Buenos días, Sr. Pérez. Un agitado fin de
semana, ¿no?
El
hombre avergonzado se viste de espaldas y deprisa. Tiene tiempo hasta la planta
9 (Marketing) que es donde trabaja la señorita que le saludó. En menos de un
minuto se abren las puertas.
—Que tenga un buen día —se despide la
mujer esbozando una leve sonrisa.
El
hombre pulsa el botón número 10. En unos momentos está entrando en el
departamento de contabilidad. Aún no hay nadie en las mesas, y piensa que habrá
de volver a insistir en la puntualidad. Entra en su despacho y se dirige a la
enorme ventana. Al observar las luces de la ciudad decide que ya es hora de ir
cerrando la pantalla del ordenador. Se hace tarde y aun ha de recoger a su
esposa para ir al teatro. Reservó un par de entradas aprovechando que hoy
tenían descuento.
Cuando
la va a llamar para que encargue una pizza comprueba que se le ha acabado la
batería del móvil. Que poco duran —piensa.
Mientras
espera que suba el ascensor considera que un día de estos ha de revisar su seguro
de vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario