CUARENTA
AÑOS
(Josep Sebastián)
He
vuelto a los lugares comunes de un tiempo de sombras tan grises como las
portadas de los periódicos de entonces, tan frías como las celdas de las
prisiones.
He
tocado las paredes de un edificio antiguo, en la plazuela entre Sant Jaume y Ferràn,
he buscado el olor que desprendían aquellos muros, olor de derrota, de
persistente anuncio de muerte.
Recuerdo
un hombre enjuto y vencido en un pequeño comedor, una mirada rota, un gesto
estático. He buscado inútilmente el amparo de aquella cafetería cercana donde
pasar el rato delante de un café se convertía en un acto de desafío. Casi sin
hablar, casi sin darnos cuenta del dolor. Nunca se me fue de la memoria el
rostro lineal de aquella joven que se esforzaba en sonreir ante tanta tristeza.
Mirábamos fotos de familia sentados frente a frente en una mesa de aquel bar.
Hoy
hubiera sido tan distinto…
Cuarenta
años después he vuelto a aquella casa a saludar al sr. Puig, bajar luego a la
cafetería Furriol y tomar un café con Merçé, Oriol y Amalia, aunque casi todo ha desaparecido.
Hace muchos años supe que no solo se ejecutaba a los hombres en la horca como
en las películas del lejano oeste en árboles alejados de los poblados. Supe que
también se hacía en el centro de las ciudades y supe también de la existencia
de un vil garrote aquel año que frecuentaba esa casa de la plaza de Sant Miquel
y tomaba cafés con la hermana menor de Salvador.
Por
eso, mientras escribo todo esto cierro cuarenta años con esa permanente sombra
de pena, abro el alma a la vida y abrazo en el recuerdo esa foto de un alegre
Salvador encaramado a una moto y con un habano en la boca.
Esa
foto que transmitía tan alto sentido de la vitalidad fue devorada por la
paradoja del destino en su forma más trágica, amparada en en el juego malabar
de la miseria humana.
Qué hermoso, Josep. Y qué difícil seguir viviendo con el peso de la impotencia sin caer en la locura.
ResponderEliminar