jueves, 27 de noviembre de 2014

Como el arrayán


Josep Sebastián

Elisa es menuda y morena como una desnuda rama de arrayán. Láminas de grafito gravitan sobre su rostro que está a medio camino entre un eclipse de sol y una moneda de cinco céntimos. Sus ojos oceánicos bajo un pincel de cerdas oscuras y vigilantes ofuscan una boca extremadamente pequeña, como de pajarillo. El cuello estirado se desliza sobre los pechos justos y redondos como los pómulos de la cara, mientras compitiendo con el torso un vientre plano casi atlético anticipa unas suaves y delgadas piernas. La piel parece fina como los polvos de talco y oscura como el fango de las ciénagas.
Como casi cada tarde, se sienta en la terraza cubierta de la cafetería y lee un libro, ajena a casi todo. Toma café con leche (café amb llet le dicen aquí) y le gusta sentir el calor ante el ambiente frío que se palpa en la calle, por eso elige siempre esa terraza. En su pais ahora estarán llenas las piscinas.

Buenos Aires, 1976. Elisa Terrades, joven maestra de música, da a luz a Berta en el barrio de Quilmes, con un país al acecho que respira miedo.

A Javier le gusta sentarse en las terrazas cubiertas para tomarse una cerveza bien fría, entre otras cosas para no tener que soportar esos vasos blancos y helados en las que las suelen servir durante el estío. Lo que sí agradece es que la acompañen de un posavasos impreso de alguna marca desconocida y a saber si existente. El húmedo círculo que crea el culo de la botella ya anticipa sensaciones de frescor. Quiere provocar al frío contra el frío, para que el primer trago no sea la esencia de la amargura. Pasará por su boca como una cascada de terciopelo, un río claro atravesando su lengua y sus dientes, que en ese momento resurgen como piedras blancas y planas.
Javier observa la textura de la espuma y pronto se da cuenta que todo es efímero. Desaparece rápidamente de sus labios como el café con leche bien caliente de la mujer que está sentada en la mesa contigua. Piensa que esa mujer fue uno de los motivos por los que entró en la terraza. Una mujer de figura frágil y limpia como el vidrio de la botella de cerveza, y que posiblemente el color tostado de su piel sea consecuencia de unas recientes vacaciones en la otra parte del planeta.
Ella apura el café con leche, cierra el libro, paga al camarero con un amable saludo y se aleja lentamente.

Barcelona, 1976. Javier Segarra, estudiante de Historia, conoce a Paula. Y más que conocer, la reconoce como la mujer que le acompañará toda su vida, con un país de fondo que respira una incipiente libertad.

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