jueves, 27 de noviembre de 2014

Romanza

El sonido que brota de una guitarra española es algo muy especial, producto, quizá, de la cálida resonancia que emana de su caja de madera o por la riqueza de matices que transmite cuando la guitarra está bien tocada.
Existen muchas obras compuestas para este instrumento, y no todas se reducen al archiconocido Concierto de Aranjuez, de Joaquín Rodrigo.
La Romanza del Concertino para Guitarra y Orquesta de Salvador Bacarisse es una de las melodías más sublimes y bellas jamás compuestas. Cuando la incluí en el blog el 17 de agosto de 2007, al principio de la segunda etapa de esta Web, apenas obtuvo comentarios de los lectores: casi nadie la escuchó en la Gramola.
Vuelvo a ella por tercera vez, a su melancolía y romanticismo, a su profunda e increíble belleza plástica. Hoy la volví a escuchar por enésima vez, y aún así, después oírla tantas y tantas veces, me sigue pareciendo una de las obras musicales más hermosas que he conocido (y conozco muchas).
Salvador Bacarisse es todo un personaje de la época que le tocó malvivir: se tuvo que exilar en Francia al finalizar la Guerra Civil española de 1936/1939. Allí, alejado de su amada España, vivió hasta su muerte.
Ahora, en unos momentos en los que estamos tratando de recuperar la Memoria Histórica de las épocas más lúgubres de nuestra nación (1939/1975), no deberíamos olvidar a los luchadores republicanos que tuvieron que huir de su país, de la España dividida en dos por la dictadura del general Franco. Del mismo modo que jamás deberíamos olvidar a los que murieron de un tiro en una cuneta o de hambre y represión en las cárceles del franquismo, tampoco deberíamos dejar en el anonimato a los que, desgraciadamente, murieron con la tristeza de sentirse fuera de su patria, lejos de sus familias.
Que Salvador Bacarisse no fue un innovador en la música de su época, es algo conocido; no fue de los compositores que se arriesgaron a hacer algo distinto, algo nuevo en el panorama musical de mediados del siglo XX. Él era otra cosa: era un soñador y un romántico, un clásico. Por esas razones, su nombre quedó eclipsado ante el brillo de sus coetáneos Manuel de Falla, Joaquín Rodrigo o Isaac Albéniz.
Como él, con mismo estilo, con la misma visión musical y compartiendo el mismo escaso reconocimiento mundial, también estaban los componentes del Grupo de los Ocho. Casi nadie se acuerda de pianistas de la talla de Alberdi, compositores como Conrado del Campo o Jesús Bal y Gay, Ernesto Halffter y su hermano Rodolfo, Juan José Mantecón, Julián Bautista, Fernando Remacha, Rosa García Ascot y Gustavo Pittaluga.
La música de Salvador Bacarisse está plagada de sonidos basados en pianos, violines y sobre todo la guitarra de seis cuerdas. Sus melodías, sobre todo en esta Romanza, tienen resonancias inmemoriales, sensaciones de un tiempo sin tiempo, de melancolía, de recuerdos de pasados gloriosos, de olor a azahar y a mieles, de la infancia de épocas en las que éramos más felices, de ensoñación, de placidez y felicidad.
Esta Romanza hace que sienta, al menos yo lo siento así, una profunda alegría de espíritu pero también, a la par, una enorme tristeza por el imparable tic tac, tic tac, tic tac del reloj de la vida.
Los sonidos de esta Romanza se han usado como banda sonora de multitud de programas de televisión y de anuncios publicitarios, entre ellos los de la Expo de Sevilla en 1992, o en la banda sonora de algunas películas como, por ejemplo, “La Celestina” de Gerardo Vera. Incluso, ¡manda narices!, es la sintonía de un programa de una televisión de la ultraderecha española, los mismos que lo mandaron al exilio, en una clara demostración de que la falta de escrúpulos y la inmoralidad está firmemente arraigada en la derechona, y es consustancial a ella. 

Extraido del blog musicayvino.

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