EL TIEMPO PASA VOLANDO
(Josep Sebastián)
“Solicitud
de amistad. Laura A. quiere ser su amiga”
—¿Laura? ¿Laura Alcaraz?. Pero si ya es,
o fue, mi amiga —pensé—. Más que amiga, diría yo.
Acepté,
por supuesto, y después de unos cuantos mensajes entrecruzados, “que sorpresa, Laura,
¿como estás?” , “bien, Rubén, ¿y tú, aún sigues en Londres?”, “no, no, solo fue
por un par de años, volví a Barcelona”, “oh, me alegro, a ver si nos vemos”…
decidimos quedar un mediodía en unos jardines que conocíamos muy bien. Desde
muy pequeños solíamos sentarnos de tarde en tarde en algún banco para
contemplar las formas cambiantes de las nubes, imaginando figuras a le vez
etéreas e inmediatas.
—Recuerdas, Ruben?. Mira esa de ahí
arriba, por encima del edificio en restauración. Parece un cura, como aquel que
nos dio la primera comunión.
—Tú crees?. Yo más bien veo un dragón,
Puff se llamaba?, del cuento que aquella profesora tan dulce se esforzaba en
explicarnos.
—Pues rondará los setenta —cavilé—. Podemos buscar por Facebook a ver
si damos con ella. Creo se llamaba Elisa, Elisa Torradas. ¿Se acordará de
nosotros?
—Seguro!. Recuerda que éramos la
comidilla de la clase, siempre juntos, como novios.
—Mira esa nube de la derecha, Laura.
Parece una bicicleta como la que me regalaron al aprobar cuarto de bachiller.
—Sí, es verdad, cómo se parece!. Y me
veo en su barra central, cuando me paseabas ufano por la cera de la calle. Oh,
y ahora se perece más a una moto…
—Y ahora un pitufo. Que divertido lo
pasamos la primera vez que salimos de noche, por carnaval.
—Sí, Rubén, que buen recuerdo. Y mira
esas por encima del eucalipto, son como labios dispuestos al beso.
—Cierto, como los nuestros en aquella
verbena de Sant Joan. Y mira esa que avanza lentamente, a la izquierda de la
torre de la catedral. Que forma más extraña tiene.
—Oh, sí, qué dirías que es?. Yo veo un
tren, un tren cargado de soldados.
—O un tanque —contesté—. Te acuerdas
cuando estuve dos años en el servicio militar?. Nos teníamos que imaginar las
nubes en la distancia, y nos lo explicábamos en aquellas cartas tan extensas.
Se hizo todo tan largo.
—Sí, demasiado. Las Canarias quedaban
muy lejos. Mira, Rubén, se acerca una tormenta, con esas nubes tan negras,
espesas, sin forma, amenazantes.
—Distingo algo dentro de ellas, Laura,
como un rostro. Parece el joven de la mercería de la esquina de tu calle.
—Germán, mi marido.
—Disculpa, no quise incomodarte. Tenéis
hijos?
—Dos, Rubén y Laurita. Uno en Alemania,
ella acabando la carrera de Arquitectura. Cuando amaine intentaré
describírtelos en alguna nube.
—Pues vaya profesión ha ido a escoger la
niña. También se te irá lejos…
—Es posible. A mí todo se me ha ido
lejos.
—Empieza a llover, Laura. Y ya son las
cuatro y diez. Voy a hacer tarde en la oficina!
—Corre, Rubén, no pierdas tiempo, que el
tiempo pasa volando.
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