“LA
VIDA CABE EN UN REFRESCO DE COLA”
(Josep Sebastián)
Así
rezaba el slogan publicitario de una compañía multinacional de refrescos que,
por forzosa restructuración ante un continuado estancamiento de las ventas y el
avance de las nuevas tecnologías, despidió a su viajante de comercio Manuel
Pérez después de cuarenta años en nómina.
Ni
una generosa indemnización ni la emotiva despedida con un selecto picapica en
las oficinas centrales de la fábrica, dónde no faltaron discursos ni regalos de
agradecimiento, compensaron el estado en que se encontraba Pérez al cruzar la
enorme puerta giratoria que tantas veces había traspasado.
Al
día siguiente empezó su nuevo trabajo. Prepararse un café en casa, salir a
pasear, hacer la compra y la comida, leer, ver la televisión… Vamos, las cosas
que hacen que la vida valga la pena.
Por
las tardes se buscó un pluriempleo sin remunerar que podía hacer en su propia casa,
con la ventaja de no tener que dar explicaciones puesto que era él a la vez
empresario y empleado. Cada día, de seis a siete, ordenaba y seleccionaba
nóminas, tarjetas de visita, muestrarios, vales de gasolina, tarifas, muestras
de botellas para obsequio, fotos de las convenciones anuales de ventas rodeado
de sus colegas, chapas, imanes publicitarios… A veces quedaba con Barrachina,
de la sección de embotellado con quien había congeniado mucho, para tomar un
día cerveza, otro vermut, en algún bar de la ciudad. Barrachina estaba teniendo
más éxito que él en el ámbito laboral. Ya era responsable de la planta
embotelladora y en apenas tres años le llegaría la ansiada jubilación. Un día
Pérez le dijo:
—Me
has de hacer un favor, Barrachina
—Por
favor, Manuel, para eso están los amigos.
Siguieron
tomando cañas (ese día tocaba cerveza) hasta que la complicidad y la noche se
hicieron patentes.
La
tarea de selección de Pérez empezaba a tomar forma. Todos los objetos y
documentos los iba almacenando en el comedor de casa, encima de una mesa
adicional que utilizaba por Navidad cuando venían a comer sus hermanos y
sobrinos.
Aquel
día Manuel Pérez tomó su café y salió a pasear. De vuelta a casa entró primero
en el super para comprar bolsas de basura, verdes para el vidrio, azules para el
papel y blancas para el resto. En la farmacia recogió unos frascos de
ansiolíticos que tenía encargados y en la ferretería compró un juego de
cuchillos que sabía estaban de oferta (no chinos, aclaraba el anuncio). Ya en
casa, comió un plato precocinado, leyó un poco y vio un rato la tele. Más tarde
llenó, con toda la selección que había llevado a cabo de forma minuciosa, las
bolsas de basura que luego dejó en el recibidor. Encendió el portátil y envió un
correo a Barrachina con el archivo adjunto de algún video prosaico. Antes de
acostarse bajó las bolsas para depositarlas en los contenedores oportunos.
El
Pais. Sucesos. Madrid
Refresco con macabro premio.
Aparece un dedo índice en un refresco
de cola
La
Vanguardia. Sucesos. Barcelona
La chispa de la muerte.
Un ojo humano en una botella de cola
Barrachina
fue invitado a prejubilarse y ahora reparte el tiempo entre cuidar de sus
nietos y la pesca con mosca en aguas fluviales, dónde al amparo de las horas
muertas se acuerda de su amigo Manuel, del que no se tienen noticias desde hace
meses. Bebe únicamente agua y se ha hecho vegetariano.
https://www.youtube.com/watch?v=RXnQPnHjJ_0
ResponderEliminarOstras, Patricia ! esa canción le va al relato ??
EliminarHombre, la chispa de la vida no es que fueran ninguno de los dos...
EliminarCierto, ni uno ni otro. La vida sigue dentro de las botellas de cola.
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