domingo, 30 de noviembre de 2014

El empleo



EL EMPLEO
(Josep Sebastián)
A Milton McCuller le dieron el trabajo como gestor de una finca agraria de más de mil quinientos acres muy cerca de la capital de Ohio. Un sueldo aceptable, vivienda y la proximidad de la naturaleza le convencieron de que su vida había de ir hacia esa zona del medio oeste, alejándose de la gran ciudad que hasta hoy era su amparo.
Milton McCuller era un economista de cuarenta y pocos años, empleado del National Bank of Chicago desde hacía veinte, cuando se casó con Linda.
El último otoño su querida esposa se fugó con el trompetista de una banda amateur de jazz que daba una gira por la ciudad. Ahora vivían en un pueblo de Kansas dónde el émulo de Chet Baker se ganaba su otra parte de vida cosechando extensos campos de cereales del condado.
A raíz de tal abandono, Milton dedicó parte de sus horas libres en buscar ofertas de trabajo en lugares lejanos donde la naturaleza y el inicial desarraigo le hicieran olvidar su pasado. Pensó que trabajar en esa finca era una gran oportunidad. Maizales y animales de granja formarían parte de ese concepto de la forja de un nuevo hombre, de cuerpo y de alma.
En su curriculum, aparte de economista, detalló los cursos que últimamente había desarrollado en un centro cívico de la ciudad: Floricultura, huertos urbanos, semilleros, cría animal… Lo dominaba todo a nivel teórico porque el apartamento dónde vivía no daba para demasiadas alegrías hortícolas. Seguramente el detalle de mencionar todos esos cursos había aportado un punto de  calidad para decantar la elección del puesto de trabajo hacia él.
El día acordado Milton McCuller tomó un tren desde Chicago hasta Columbus, donde le esperaría un coche y un empleado puestos a disposición por la empresa.
Era un tren convencional con justos departamentos para cuatro personas sentadas, y que en ningún momento intercambiaron más de dos o tres frases. A Milton McCuller le tocó por suerte uno de los asientos junto a la ventana, y en poco más de las seis horas que duró el viaje pudo deleitarse con las imágenes de los márgenes del lago Michigan o las extensas llanuras de Indiana.
Las dos últimas horas las pasó durmiendo.
Un hombre menudo mostrando un cartelito con las iniciales MM le estaba esperando. El futuro empleado se dirige a él.
          —Soy McCuller. Milton McCuller.
          —Buenos días, señor. ¿Qué tal el viaje?
          —Oh, muy bien. Estoy algo cansado, pero fue agradable.
          —Mi nombre es Dizzy. Pongamos las maletas detrás.
En media hora estaba firmando su contrato como gestor agrícola de Granger & Sons Company, un próspero negocio de cultivo ecológico de maíz dirigido básicamente a la alimentación animal, por lo que también disponían de granjas para gallináceas.
          —Sr. McCuller, este será su despacho —le indica Miles Granger—. En él pasará nueve horas al día con el objetivo de racionalizar la gestión de costes y producción. Como el asunto comercial no lo tocará no necesitará vehículo de la empresa para gestiones en el exterior. Esta misma tarde Dizzy, al que ya conoce, le llevará a Columbus donde le instalará en el apartamento 347 de un moderno bloque de viviendas. Cada día lo recogerá a las nueve de la mañana y lo devolverá a las siete de la tarde. Puede comer si lo desea en la propia oficina.
Milton McCuller contempla la estancia de la que será su nueva vida laboral. Se respira una fragancia de ambientador floral y en las paredes cuelgan cuadros de grandes campos de maizales. Se oye un ligero zumbido proveniente del aparato de aire acondicionado que el señor Granger consigue atenuar poniendo en marcha el hilo musical.
          —Puede utilizarlo, Sr. McCuller. Ahora suena Louis Armstrong, le gusta?

1 comentario:

  1. La vida del contable. Dinero y cuatro paredes que lo asfixian. Cuando eliges carrera tienes 17 años. Cuando encuentras tu vocación tienes 50.

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