NADA
DEL OTRO MUNDO
(Josep Sebastián)
Su
tienda era contigua a la nuestra en un camping cercano a Barcelona. Se llamaba
Ingrid y era danesa, por lo que en ningún momento nos pudimos dirigir alguna
frase con sentido. Pero más que su poca destreza en coger pechinas en la playa
o su floreado bikini, lo que me llamó la atención fue el color de sus ojos y su
muda sonrisa.
Solamente
coincidimos tres o cuatro días aquel verano. Cuando acabaron de recoger sus
cosas ella sonrió al ofrecerme un papelito con su dirección, supongo por si yo
quisiera escribirle. No lo hice, ni siquiera por Navidad, que no requería
ningún alarde lingüístico.
Después
de treinta años aún conservaba aquel papel. Busqué información de la ciudad, que
resultó ser un pequeño pueblo cerca de Copenhague de apenas doscientas personas.
Cogí un vuelo y en menos de cuatro horas estaba paseando por su calle más
concurrida, esperando volver a encontrarme con aquellos ojos marrones. No era
tan difícil en un país nórdico.
La
vi de la misma manera que cuando me despedí entonces. Cargando maletas en un
coche, pero esta vez acompañada de un hombre y dos niños. Era evidente que,
siendo también verano, marchaban de vacaciones, quizás al lugar de dónde yo
venía.
No
valía la pena acercarse. Ella seguramente no me reconocería, por la sencilla razón
de que yo seguía teniendo la cabellera rubia y unos ojos
oceánicos. Allí, nada del otro mundo.
Tal
vez en diciembre le envíe una postal.
No hay comentarios:
Publicar un comentario