sábado, 20 de junio de 2015

La bicicleta






LA BICICLETA

(Josep Sebastián)


Una tarde, a finales de Junio, mi padre me acompañó hasta una tienda de la calle principal del barrio y me compró una bicicleta. Debí ser de los pocos de mi clase que ostentó tal privilegio, y supe de  los esfuerzos que la familia había hecho para costear semejante regalo.
Lo que mi padre desconocía, era que en los días siguientes yo iba a mostrar un escaso interés en pasear con ella por el barrio. Lo que más me fascinaba de las bicicletas era ese maletín colgado detrás del sillín y que nunca había podido descubrir los misterios que guardaba en su interior.
El mío era de piel, de los buenos. El primer día lo abrí emocionado y fui sacando las consabidas herramientas. Ah, ¿era eso?, pensé.  Con la llave fija, unas gomas de saltar que robé a mi hermana y los trozos circulares de parches para pinchazos, me construí un tirachinas. El tubo con el pegamento lo puse en el cajón del escritorio. Posiblemente me serviría para pegar los cromos de  la nueva colección que pensaba comenzar en septiembre.
Aquel verano presumí bien poco de bicicleta delante de los zagales del pueblo, pero organizamos unas buenas meriendas de pajaritos fritos en la sombra de la arboleda, junto al río.
La misma tarde que llegamos de vuelta a la ciudad, mi padre me reprendió. Como siempre, él sentado en el sillón del comedor y yo de pie apoyado en la mesa.
Creo que más me riñó por no utilizar la bicicleta que por matar gorriones a pedradas. Era evidente que, igual que yo con el maletín, le había decepcionado.
Pero al momento, me cogió de la mano y subimos la calle más empinada del barrio.  Se puso una gorra BIC con visera y me ayudó a empujar la Orbea calle abajo.
Vista desde allí arriba, empotrada en una morera de grandes hojas, le cogí por primera vez un cariño que hasta entonces desconocía.
A ambos.

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