martes, 17 de febrero de 2015

El pájaro mecánico




EL PAJARO MECANICO


 (Josep Sebastián)

De niño mi padre solía enviarme al estanco del barrio para comprarle tabaco. Recuerdo el rótulo de madera con la palabra Expendeduría, y siempre me pregunté porque solo allí y no en la parada de pescado del mercado las cosas no se vendían. Simplemente se expendían.
Pues bien, en una esquina del mostrador había una jaula con un pájaro. Sabía que era un canario porque los había visto en las colecciones de cromos sobre naturaleza que regalaban en las tabletas de chocolate. Lo que no sabía es que aquel pájaro no era un ser vivo. Me lo confesó el dueño del estanco un día que estábamos solos.
        —Aunque parezca de verdad —me dijo en voz baja—, en realidad el pájaro es mecánico. Está hecho de hierro y plumas artificiales, y si te fijas bien los ojos son de vidrio como las canicas.
Me acerqué a la jaula y asentí con la cabeza. Un hombre que en lugar de vender expende no puede mentir, pensé.
Cada día que mi padre me enviaba a por tabaco intentaba poder ver un fallo en el mecanismo del animal, que dejara de mover una parte del cuerpo o que se repitiera en una fase del canto como los discos rayados. Pero nada. Algún día la jaula estaba en la entrada del estanco, colgada en un clavo ganchudo de hierro. Creo que su dueño lo hacía para aprovechar la energía del sol en pos de darle larga vida al pájaro.
Precisamente uno de esos días que el animal disfrutaba de la alegría callejera unos compañeros de clase, los que siempre se les había conocido como “los gamberros”, abrieron la puertezuela de la jaula y el canario voló.
Entré a comprar tabaco como de costumbre y encontré al expendedor muy abatido por la pérdida del pájaro. Me dijo que no habría otro igual como “Titu” mientras yo me fijaba en sus ojos como canicas y sus manos que desprendían robín.
Se lo conté a mi padre y ese día se tomó fiesta en la fundición dónde trabajaba y me llevó al zoo.

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