UN GOLPE DE SUERTE
Miguel Bravo Vadillo
Un buen día, después de cinco años en
paro y cuando toda clase de locuras (la más reincidente la del suicidio)
rondaban mi mente, recibí una llamada telefónica que me dejó perplejo.
Al parecer había ganado un premio literario por mi novela Un universo paralelo (por
razones que el lector comprenderá más adelante he preferido emplear un
título supuesto, y no el verdadero). Por un simple instinto de
supervivencia le di las gracias a la señorita, o señora, que me hablaba
desde el otro lado del hilo telefónico y le aseguré que en la fecha
prevista acudiría encantado a la ciudad que me agasajaba con tan notable
honor (también he considerado oportuno callar el nombre de la ciudad y
el del premio en cuestión). La señorita –o señora–, muy amable, me
felicitó de nuevo y se despidió recordándome que me enviarían un correo
electrónico con toda la información que pudiera necesitar. Sobra decir
que aquel generoso premio me venía como caído del cielo. Sólo un pequeño
detalle se me antojaba francamente extraño: yo no había escrito ninguna
novela.
Cuanto más me esforzaba en comprender lo
ocurrido, más confuso me parecía todo. Aquella señorita (o señora)
había llamado a mi número de teléfono y había preguntado por alguien que
se llamaba como yo. En principio, alguien que tiene mi mismo nombre,
mis mismos apellidos e idéntico número de teléfono, no puede ser otro
que yo mismo. Pero si yo no había escrito ninguna novela y, desde luego,
no había participado en ningún premio literario, ¿cómo era posible que
hubiese resultado ganador?
Cavilé durante todo el día sobre aquel
asunto. Supuse que si me personaba a recoger el premio, me exigirían una
identificación; claro que, pensándolo bien, esto era algo que podría
hacer sin problemas, ya que bastaba con mostrar mi carnet de identidad.
Así las cosas, sólo tendría que sonreír, mostrarme amable y agradecido,
recoger el cheque y volver a casa. Al instante comprendí que no podía
ser tan sencillo: también me harían preguntas referentes a la novela,
tendría que firmar un contrato de edición, y luego hacerme pasar por
escritor durante el resto de mi vida. ¡Menudo dilema! Sin embargo,
después de largas horas devanándome los sesos, decidí seguir adelante y
continuar con la farsa, ya que poco tenía que perder y sí mucho que
ganar.
Y lo cierto es que no me arrepiento de
lo que hice: cien mil euros son muchos euros, y se trata, además, de una
cifra que da mucho prestigio; tanto que puedo decir, la mar de
satisfecho, que a partir de entonces no me ha ido nada mal como
escritor.
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