lunes, 28 de septiembre de 2015

Disco de la semana (40) : Ommadawn - Mike Oldfield



Ommadawn, de Mike Oldfield.



En 1975 Mike Oldfield se metía en el estudio de The Beacon —en Hergest Ridge— para grabar su tercer disco, Ommadawn. En aquel momento tan temprano de su carrera, el aún joven músico ya había tenido que hacer frente a una constante en la misma: la incomprensión por parte de la crítica musical hacia su trabajo. A pesar del éxito abrumador e incontestable en las listas de ventas, el carácter díscolo y distante de Oldfield y la esencia de su música hicieron que muchos lo criticaran y lo acusaran, como a tantos otros músicos del rock progresivo, de pretencioso, como si no pudieran perdonar la osadía de querer ir más allá de la canción pop de tres minutos con estribillo. Afortunadamente, a pesar de su carácter y su personalidad inestable, Oldfield aún parecía estar por encima de esas cosas y no se dejaba influir a la hora de componer.
Ommadawn —compuesto de dos partes, una por cada cara, más On Horseback, una breve canción a modo de epílogo— es para muchos aficionados a su música el mejor disco de Oldfield. Personalmente, considero imposible, además de innecesario, elegir entre sus cuatro primeros trabajos y Amarok. Sí es cierto que en Ommadawn están quizás los dos o tres mejores momentos de su carrera, y no me da miedo afirmar que en este disco hay un par de secciones que no han sido superadas en la música popular contemporánea. No hay otro disco como éste, es así de sencillo. es un álbum puramente progresivo, en el que Oldfield lleva a su máxima expresión su manera de componer y desarrollar sus temas: crea una melodía, la presenta, y progresivamente la va desgranando, explorándola, retorciéndola, añadiendo y quitando, haciendo que crezca en intensidad hasta explotar en un clímax. Sirven de ejemplo los cuatro primeros minutos largos de la primera parte: primero abre el disco con teclado y guitarra, con una melodía maravillosa, que transmite una serenidad increíble —quizás la mejor apertura de su carrera—; después la repite con una guitarra acústica crujiente, que respira como si tuviéramos a Oldfield tocando a un metro de nosotros; y finalmente, remata el movimiento con una guitarra eléctrica que suena, en contraste con la acústica que ha dejado atrás, lejana y distante, pero que lleva al oyente al primer y temprano clímax de Ommadawn. Remate con platillos, y antes de que podamos asimilar lo que hemos escuchado, ya estamos en otro tema distinto, en una de esas transiciones que tan bien se le dan. Es la perfección de una fórmula.
Otra de las mejores secciones: uno de los más espectaculares y épicos solos de Oldfield con la eléctrica, en estado de gracia en esa época. Dos minutos absolutamente brutales, llenos de la fuerza con la que entonces tocaba, arrancando con los cinco dedos las notas de las cuerdas —Oldfield tocaba al estilo clásico, de ahí su voz tan inconfundible—, en una sección que en realidad es otra exploración del tema con el que iniciaba la primera parte de Ommadawn.
El disco cuenta además con cierta influencia folk, al usar Oldfield instrumentos típicos del mismo, además de la extraordinaria colaboración del líder de los Chieftains, Paddy Moloney, tocando la gaita irlandesa —en la segunda parte—, más la percusión africana del grupo sudafricano —exiliados en Inglaterra por aquella época— Jabula, protagonistas de excelentes secciones, especialmente la que finaliza la primera parte, en la que destaca también el coro femenino y por supuesto el clímax de la guitarra eléctrica.
Quizás el único pero que se le puede poner a Ommadawn es que la segunda parte, al contrario que la primera, parece concebida menos como una unidad que como una amalgama de temas independientes. El inicio, una experimental grabación del sonido de treinta y cinco guitarras dobladas —que en realidad suenan como un sintetizador— es lo más flojo del disco. El tema folk que interpreta Moloney acompañado de la acústica de Oldfield, a pesar de ser muy bueno, también parece metido con calzador. Sin embargo, a pesar de la falta de esa sensación de obra concepto que sí se tiene por ejemplo en Hergest Ridge, Ommadawn sigue siendo una auténtica maravilla. De hecho, aunque en conjunto la segunda parte es inferior a la primera, contiene la que para mí es la mejor sección de su discografía. El final de esa parte, los dos últimos minutos, son la síntesis de toda una carrera, de toda la visión de Mike Oldfield. Es la perfecta plasmación y el epítome de la idea del desarrollo de una única melodía, a la que va añadiendo instrumentos hasta llegar al increíble final. Son dos minutos perfectos, de inspiración irrepetible, fruto de un talento único que alcanzaba su cumbre, y que en ese momento no admitía comparación con nadie más. Son magia. Los dos minutos que querría escuchar antes de morir.
Con la tranquila On Horseback —primera vez que escuchamos letra en un tema de Oldfield— finaliza Ommadawn. Es un álbum, como he dicho al principio, de los más valorados por los seguidores del músico, pero, creo, también por él mismo. Mientras que de discos como Hergest Ridge o Incantations no guarda un buen recuerdo ni los tiene en muy alta estima, Ommadawn no ha faltado en ninguna de sus —escasas— giras. No es para menos. Es un disco extraordinariamente cuidado, de una belleza y sensibilidad únicas, complejo, pero a la vez accesible al oyente ocasional o no versado en la carrera de Oldfield. El anecdotario de la grabación no hace sino aumentar su leyenda: Moloney y él grabando medio borrachos y casi improvisando, la primera colaboración de ese dios de la percusión que fue Pierre Moerlen, el ingeniero Philip Newell obligado por Oldfield a borrar unas cintas con unas guitarras espectaculares, el propio Oldfield grabando una sección inspirándose mirando revistas porno…
Una obra maestra intemporal, en definitiva. El paso del tiempo le sienta de maravilla, porque es un disco con alma y contenido, como hoy sería inconcebible, no sólo para Oldfield, sino para la gran mayoría de músicos. Así que háganse un favor y escúchenlo si no lo han hecho aún. Les reto a hacerlo sólo una vez.
Gerardo Vilches

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