domingo, 11 de febrero de 2018

La noche de los alfileres, de Santiago Roncagliolo

La noche de los alfileres, de Santiago Roncagliolo

santiago rocangliolo
Fotografía de portada: Dimitris Yeros.
la noche de los alfileresEn su última novela, La noche de los alfileres (2016), el escritor peruano afincado en Barcelona, Santiago Roncagliolo, vuelve a su tierra natal, esta vez a la ciudad de Lima. Y vuelve con una historia que, sin dejar fuera el tema de la violencia, uno de los núcleos temáticos de su premiada novela Abril rojo (2006), toma y reelabora por primera vez, según ha afirmado el mismo autor, elementos autobiográficos.
La noche de los alfileres no es, sin embargo, una novela con un personaje protagonista que vendría a ser un alter ego del autor, sino que la experiencia de ser un adolescente de clase media en la Lima de los años noventa Roncagliolo la reelabora a través de cuatro personajes: Beto, Manu, Moco y Carlos, que son quienes narran y protagonizan esta historia que tiene algo de comedia y de tragedia. Una experiencia que, además de las problemáticas propias de la edad relacionadas con la sexualidad y la construcción de la propia identidad, aparece teñida por la situación política del país: un período de democracia que, no obstante, estuvo marcado, y así quedó en el recuerdo para quienes habían nacido en los años setenta según afirma Roncagliolo, por los cortes de agua y de luz, por el habitual estruendo de las bombas y por los toques de queda decretados por el gobierno ante los recurrentes atentados del Sendero Luminoso.
En la novela, la violencia aparece de este modo como trasfondo, pero al mismo tiempo es parte de la trama en la medida en que conforma las historias familiares trágicas de los personajes, al menos de forma explícita en los casos de Manu, cuyo padre sufre de problemas de salud mental graves tras su experiencia en la lucha contra el Sendero Luminoso; y de Moco, que pierde a su madre ya gravemente enferma a causa de un apagón. Y esa violencia que parece omnipresente en la sociedad, se ve reproducida en cierto modo, aunque no de forma simple y directa, en ese mundo más cerrado y reducido que es el colegio de curas al que asisten los protagonistas. El colegio constituye un microcosmos donde la violencia reina, la violencia impuesta por unos sobre otros, los más fuertes sobre los que por un motivo u otro son considerados raros, y que incluso los cuatro protagonistas, entre la reivindicación de una cierta heroicidad y una incapacidad para poner freno a sus actos, acabarán ejerciendo sobre alguno de sus profesores.
Esta sucesión de hechos violentos es lo que los protagonistas de La noche de los alfileres se ven incitados u obligados no queda claro al comienzo a recordar y contar ante una cámara muchos años después de haber tenido lugar, siendo ya adultos. Un episodio en sus vidas que han mantenido en secreto todos estos años y que ahora, por una razón que nunca se nos llega a revelar de forma explícita, uno de los cuatro protagonistas se empeña en reconstruir. En este sentido, la novela parecerá jugar así con los posibles motivos que desencadenan esta tarea de rememoración desde la responsabilidad individual a la búsqueda de escapatorias frente a un presente poco prometedor, poniendo de relieve de qué modo la perspectiva del presente impone un sentido a los recuerdos, y los subordina a una narrativa que apunta a la imagen que de sí tiene cada uno de los protagonistas en el momento de recordar.
Con las diferentes posturas de cada uno de los cuatro personajes respecto a la responsabilidad sobre lo ocurrido y a esta posible obligación de recordar comienza entonces un relato a cuatro voces. Un relato en el que cada uno de los personajes va contando, por un lado, algo de su vida personal, de sus problemas familiares o de asuntos típicos de un adolescente, desde lo relacionado con la sexualidad, la relación con las figuras paterna y materna o con la autoridad; y por otro lado, va tomando el relevo de lo que ha contado el anterior, a veces dando una visión bastante distinta de lo ocurrido o de las razones de sus actos, y al mismo tiempo avanzando en el relato de esos hechos. La tensión se sostiene así tanto a partir de ese recurso a la alternancia de esas cuatro voces que van retomando y relanzando el relato, como por esa suerte de carácter inevitable con el que se van presentando los hechos, como si una vez que los protagonistas hubieran traspasados ciertos límites ya no tuvieran forma de parar lo que han desencadenado.

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