CANTOS
DE SIRENA
(Josep Sebastián)
Recuerdo que, siendo niño, si oía una
sirena mientras iba hacia mi casa, siempre creía que era un coche de bomberos
dirigiéndose a nuestro edificio en llamas.
Con egoísta satisfacción comprobaba al
girar la esquina que no era cierto, más aun, dirigía una mirada a la casa de
enfrente dónde vivía un compañero de escuela al que todos teníamos manía,
Paquito Barrachina.
Paquito tenía un juego de química con
nombre de astronauta soviética, Quiminova creo se llamaba. Era la envidia de la
clase, siempre andaba haciendo experimentos que ostentaba con orgullo. Un año
los reyes me trajeron uno parecido, pero con fórmulas más complejas y con más productos y utensilios.
Se llamaba Atom y en la caja ponía made in Germany.
Un día, volviendo de la escuela, y absorto
en mis pensamientos de haber conseguido la fórmula y fabricación de un producto
químico con un nombre de lo más sofisticado, Nitroglicerina, no oí la sirena
antes de doblar la esquina y contemplar mi edificio derrumbado y en llamas.
Paquito, en el balcón de enfrente, jugaba sin inmutarse una partida de “Hundir
la flota” con su hermano gemelo.
Me
pregunto por qué les escribo todo esto desde el camarote de una fragata de la
marina de mi país, en una guerra que no es la mía y a tantos kilómetros de
casa. Quizás porque espero el momento en que nos den el “tocado y hundido” y un
grupo de sirenas me seduzca con aquellos cantos que yo escuchaba por las calles
de mi barrio.
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