SOLO
DIOS LO SABE
(Josep Sebastián)
“Videncia, tarot, predicción de salud,
amor, dinero”. Se anunciaba en la prensa y vi que estaba a solo tres manzanas
de mi casa. Yo tenía curiosidad por tratar unos asuntos relacionados con una
nueva relación y un negocio que había montado recientemente. Además, los
resultados de la última analítica indicaban unos elevados índices de colesterol
y de tumoración prostática, por lo que no me fue difícil decidirme a probar con
los servicios del adivino.
Me dio hora para el domingo siguiente,
cosa que al principio me extrañó, pero ese día llovió torrencialmente. Que
listo, pensé, como ya sabía de antemano tal fenómeno meteorológico se lo hizo
para quedarse en casa tranquilamente esperando mi llegada.
Me dijo que utilizaría la bola de cristal
porque últimamente las cartas no se le daban muy bien. Sentados frente a frente
me fue dando una tras otras buenas noticias sobre los temas que me inquietaban.
Me casaría en breve, abriría nuevas delegaciones de mi empresa y los médicos
ensayarían conmigo una nueva medicación recién traída de los Estados Unidos que
me reduciría el riesgo de desarrollar un cáncer de próstata. Como le había
explicado que mi novia era vegetariana me pronosticó que los índices de
colesterol bajarían de manera escalonada en los próximos meses.
Pagué la minuta, no barata precisamente,
con gran entusiasmo dado el estado en que me había dejado el adivino. Antes de
marchar, sin embargo, le quise hacer una pregunta, así como para dar un toque
de humor a la seriedad con la que se había desarrollado el servicio.
—Y usted —le dije sonriente—, ¿ya sabrá
cuando se va a morir, no? Espero poder volver pronto a consultar algún que otro
asunto.
—Caballero —contestó de manera seria—, eso
solo Dios lo sabe.
Me despedí y no lo volví a ver más.
Meses después, yendo para la sesión de
quimioterapia que irremediablemente había de soportar para agarrarme a la vida,
vi a mi novia vegetariana abrazada a mi socio en la cola de un McDonald. Sin
pensarlo dos veces fui directamente a casa del adivino para reprocharle el
engaño al que me había sometido.
No llegué a tiempo.
—Parece ser que tenía deudas de juego
—decía una vecina a otra—Participaba en timbas de cartas dónde se movía mucho
dinero.
La ventana del séptimo piso estaba
abierta. El cuerpo sin vida esperaba inmóvil la llegada del juez.
Que poco profesional, pensé. Me engañó en
todo, incluso en lo único que realmente sabía.
De vuelta hacia el hospital, seguía
pensando en la noticia que leí ayer en el periódico sobre un nuevo fármaco que
los americanos iban a probar recientemente para los enfermos de próstata. Paré
delante de una joyería y decidí que mañana le compraría un anillo de compromiso
a mi novia.
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