EL
PUENTE
(Josep Sebastián)
¿Era
necesaria la construcción del puente?
Cuando me contrataron como directivo en
aquella colosal obra de ingeniería ni me lo llegué a preguntar. Recién acabada
la carrera de Caminos lo único que me preocupaba era ganar algo de dinero y
experiencia profesional.
Las dos ciudades, las dos culturas, las
dos mitades del todo geográfico de aquella inhóspita región del sudeste
asiático, se miraban desde las orillas del ancho río que las bañaba. Los mandatarios se pusieron de acuerdo en que
era vital para sus economías unirlas fuera de las barcazas y las motoras que
mercaban el poco negocio existente. Hasta
que se descubrió el oro en las profundidades de aquellas aguas turbias y
densas.
La obra se encargó a empresas extranjeras.
Aparecieron multitud de arquitectos, ingenieros y directivos del mundo
occidental. Yo dirigía un equipo de técnicos que controlaban cálculos de estructuras,
mientras que la mano de obra no
cualificada se derivó a las clases más humildes de la población local. Nos
instalamos en zonas residenciales a ambos lados del cauce.
Primero se construyó un pequeño puente
provisional para facilitar el traslado de técnicos, obreros y materiales de un
lugar a otro. Austero pero robusto, pequeño pero suficiente, el óxido de su
forjado hacía más luminoso el acero que se iba incorporando a cientos de metros
a su izquierda.
La obra duró seis años, dos más del
plazo estimado. Murieron más de
cuatrocientos obreros a los que no se les exigía medidas de seguridad más allá
de las que pudieran parecer del mínimo sentido común. Muchas veces los
cadáveres pasaban debajo del pequeño puente mientras un camión transportaba
vigas, un autobús hombres oscuros como
aquellas aguas o un todoterreno llevaba algún ingeniero de una punta a otra.
El día de la inauguración el puente era
una fiesta. Desfiles y bandas militares, autoridades, directores de las
empresas constructoras, técnicos, jefes de estado, líderes religiosos, y algún
civil que había conseguido ese privilegio en base a no se sabe que argucia. Había
música, color, y todo olía a vida y progreso.
Yo vi, desde el pequeño puente, y sentado
en uno de los bancos que, cual cenefa, enmarcaban aquella inicial construcción,
como los jefes de estado de ambas orillas cortaban la cinta que
milimétricamente delimitaba el centro mismo del paseo. Yo vi como, en el
momento que la música y los fuegos de artificio anunciaban el inicio de una
nueva era de progreso, y la multitud saltaba y gritaba y se abrazaba y reía y
lloraba de emoción, desplomarse el hormigón y el acero en tres segundos.
Mientras el río arrastraba aquella enorme
masa bajo el puentecillo, me levanté y quise confundirme entre los hombres y
mujeres que iban y venían con telas, pescados y verduras. Seguramente iban
calculando cuanto ganarían aquel día con sus mercancías.
Nos pasamos la vida calculando, pensé.
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