OJOS
QUE NO VEN
(Josep Sebastián)
—La operación ha sido un
éxito —le dijo el cirujano—. En veinticuatro horas se podrá quitar el vendaje y
aplicarse este colirio especial hasta la visita de control, de aquí a una
semana, en la que valoraremos la evolución.
Ángela llevaba más de
treinta años conviviendo con una extraña enfermedad en los ojos para la cual no
había gafas que corrigieran una visión borrosa y daltónica al mismo tiempo. El
avance de la tecnología quirúrgica le animó a tomar la decisión de someterse a
una compleja operación.
Al día siguiente se quita
la venda y rompe a llorar. ¿El mundo es así? —piensa. Necesita un vaso de agua
fría y abre la nevera. ¡La sandía tiene la piel verde y la pulpa roja, y no al
revés! —se sorprende. Emocionada, se dirige al lavabo a secarse las lágrimas y
remojarse la cara. El espejo le devuelve las lágrimas, que esta vez son de enorme
tristeza. ¿Y esas arrugas? —exclama—. ¡Qué vieja soy!
En los días siguientes
descubre que las picadas de mosquito en los brazos de su hijo son en realidad
pinchazos de jeringuilla y el tatuaje en la espalda de su marido pone Adela y
no Ángela como siempre creyó. Por otra parte, el saldo de la cuenta corriente
tiene dos ceros menos de lo que creía haber visto con sus viejos ojos.
La mañana de la visita de
control abre el cajón de la mesita de noche de su marido, coge la pistola que
siempre pensó que era un secador de pelo de viaje, y sale a la calle en dirección
al bar que sabe frecuenta a esas horas. Al cruzar la avenida, y siguiendo su
instinto anterior de cambiar los colores, lo hace con el rojo de peatones.
El autobús se encarga del resto.
El atropello de una mujer
con una Smith & Wesson en el bolso hace que la investigación policial se
ponga en marcha antes incluso que su ingreso en la morgue. Escuchan en las
últimas llamadas de su móvil la
cancelación de un tratamiento de estética en una prestigiosa clínica. En el
buzón de correos de su vivienda hay una carta de admisión para su hijo en un
centro de desintoxicación.
Mientras tanto, su marido
pasea del brazo de una mujer joven y se para delante de una manta de venta
ambulante para regalarle unas gafas de sol de imitación.
Otra que merece un final de venganza satánica. ¡Empoderamiento femenino!
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