Los amantes, de Magritte
Imposible
ignorar la identidad de aquella mujer recostada sobre su pecho. Era su
esposa, la madre de sus hijos, quién si no. Pero había regresado del
sueño con tantos deseos de dar y recibir, que sucumbió a la fantasía más
infame: pensó que era una desconocida y la estrechó cariñosamente entre
sus brazos. Ella, envuelta aún en la resaca del sueño, no pudo
sospechar que aquellos brazos dulces pertenecían a su marido. Nunca
antes, reflexionaron cuando todo hubo acabado, habían sido tan infieles
el uno al otro. El llanto de un niño, procedente de una de las
habitaciones contiguas, no hizo sino agravar ese sentimiento. Y no por
amor sino para repartirse la losa de la culpa, volvieron a abrazarse.
Francisco Rodríguez Criado.
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