LA
LECHERA DEL CUENTO
(Josep Sebastián)
Llevaba
en la cabeza, una lechera su cántaro al mercado…
Al cruzar aquella calle
pedregosa tropezó con un adoquín que sobresalía más de lo normal y el resultado
fue evidente. Se dio de bruces en el suelo, la leche se desparramó y bajó calle abajo como una riera láctea ante
la mirada de los transeúntes que acudían a sus compras.
Adiós
leche, adiós huevos, adiós dinero. Adiós lechón, adiós vaca y ternero…
Daba la casualidad que allí
se encontraba un picapleitos que la socorrió y la llevó al centro de salud más
cercano. Resultado, fractura de fémur y ligamentos cruzados en la rodilla. La
posterior demanda contra el ayuntamiento le permitió embolsarse una nada
despreciable cantidad de dinero como para montar una pequeña granja de pollos,
a la que siguieron dos de cerdos, y el negocio se convirtió en un holding al
incorporar otras subcontratadas de vacas que lo convirtieron en la central
láctea más importante del país.
Modera
tu alegría, no sea que saltando de contento…
A los sesenta años, la lechera y el picapleitos que se había convertido en su marido meses después del incidente en el mercado, decidieron vender su negocio a una multinacional y hoy gozan de un retiro dorado entre Burdeos y una pequeña aldea de Galicia. Él se ha aficionado a leer a La Fontaine y Samaniego y ella a memorizar refranes españoles.
“No hay mal que por bien no
venga” es su favorito.
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